sábado, 4 de abril de 2009

Historia del hombre.


Según explicaciones científicas, nuestro sistema solar se formó hace unos 4.600 millones de años. En la Tierra, uno de sus planetas, la vida surgió 1.500 millones de años después; o sea, hace más de 3.000 millones de años.


Contrastada con esas enormes cifras, la aparición del hombre es relativamente reciente, ya que data de apenas unos dos millones o tres millones de años. Entre tantos miles de millones de años, podríamos decir que el hombre es una especie nueva en el planeta, siendo, hasta hoy, el último eslabón de una cadena viviente iniciada hace más de 3.000 millones de años.
La aparición del hombre sobre la Tierra es el primer paso para el nacimiento del pensamiento y un avance decisivo hacia la reflexión. Por primera vez en la historia de la vida, un ser, no sólo conocerá, sino que se conocerá.
Los hielos del último avance glacial comenzaron a retroceder y los períodos de frío fueron reemplazados por intensas lluvias que hicieron subir el nivel del mar. Poco a poco, el paisaje y el clima del planeta comenzaron a tomar lentamente una nueva fisonomía. Todas estas transformaciones climáticas determinaron una gran variación en la flora y la fauna terrestres.
Huesos humanos y objetos fabricados encontrados en capas profundas de terreno cubiertas por otras que jamás habían sido removidas desde su formación, han permitido a la geología —ciencia que estudia la corteza terrestre— establecer que el hombre existe, más concretamente, sobre la Tierra, desde el principio de la época cuaternaria y tal vez desde fines o mediados de la época terciaria.


Épocas geológicas de la Tierra.


¿Cuándo, dónde y cómo se franquea el umbral de la hominización? A pesar de los sensacionales descubrimientos hechos, la Paleontología aún no ha dado una respuesta definitiva. De lo que nadie duda es que desde el punto de vista orgánico el fenómeno se reduce al perfeccionamiento del cerebro.


Origen del hombre


Si la estructura anatómica del hombre es resultado de una larga evolución, el despertar de su inteligencia ha sido, por el contrario, bastante brusco. Todo hace suponer que el umbral que daría paso al pensamiento fue franqueado de una sola vez. Y, a partir de este momento, la vida de la especie humana quedó trazada. Lo estaba, no sólo por el dinamismo del poder de la reflexión, sino también porque, contrariamente a los animales vinculados al medio ambiente, el hombre no puede sobrevivir si no transforma cuanto le rodea y lo adapta a su medida.
Los restos que se han encontrado en las capas de terreno o en el suelo de antiguas cavernas son, en su mayor parte, armas sencillas de piedra o de metal, utensilios de alfarería; esto es, ollas y vasos de greda, y otros objetos semejantes. El estudio comparativo de ellos ha permitido establecer una gradación de los progresos alcanzados por el hombre en esas oscuras épocas de su desarrollo.
La familia de los hombres comenzó a formarse probablemente cuando un grupo de primates superiores comenzó a bajar de los árboles al suelo. A partir de ahí resulta bastante fácil, con un ligero esfuerzo de imaginación, llegar a concebir lo que sería la vida de los primeros seres humanos sobre la Tierra.
La selva había comenzado a reducirse y debían buscar alimento en el suelo, a campo abierto, para sobrevivir. Esos primeros alimentos para cumplir el más elemental instinto de conservación fueron hierbas, frutos silvestres y raíces.
Al comienzo, tal vez, caminaron apoyándose sobre los nudillos de sus manos, pero poco a poco se irguieron y así sus manos empezaron a quedar libres, pudiendo empuñar piedras y palos para matar pequeños animales o para defenderse de los grandes, para despedazar la carroña, para partir los huesos o comer la médula, para sacar a los animales de sus escondrijos, para abrir los frutos de cáscara dura.
Durante su primera época en la Tierra, el hombre, al igual que los demás animales, debió enfrentarse a los caprichos de la naturaleza, pero, al dominar las fuerzas de ella, se fue convirtiendo en soberano indiscutible de su ambiente. El hombre se propagó por toda la superficie del planeta, conquistando las sierras y las llanuras, los desiertos y las selvas.
La primera vivienda, mejor se diría el primer refugio, debió ser un árbol bajo el cual se cobijara el hombre, o bien entre sus ramas, ante el temor de que su sueño fuera turbado por alguna fiera.
Más tarde, pernoctó al abrigo de las peñas o en cuevas más o menos profundas. La primera arma fue acaso una rama desgajada de un árbol. Luego, al necesitar el hombre de su prójimo, de su semejante, de quien, quiérase o no, era su “otro yo”, trató de comunicarse, de hablar, más que por signos, por onomatopeyas.
Por último, tal vez al ver flotar sobre las aguas o rodar los troncos de los árboles por los declives montañosos, surgieron en la mente virgen de los primeros seres humanos las primitivas y rudimentarias nociones del transporte y de la locomoción, que culminaron muchísimos siglos más tarde en la invención de la rueda, uno de los descubrimientos más sensacionales de todos los tiempos.
El uso de herramientas estimuló el desarrollo del cerebro, y el desarrollo de éste reforzó a su vez todo lo demás; le permitió al hombre una mayor coordinación de sus movimientos al caminar erguido; también le hizo darse cuenta del valor de las armas y herramientas, comenzando a guardarlas una vez usadas, por si le servían para futuras ocasiones; luego comenzó incluso a fabricarlas e inició a sus hijos en la fabricación y su uso. Así empezó la cultura ya que a pesar de que los creadores fueron muy primitivos, eran ya hombres. Comienza por tallar la piedra y hacer fuego.
La conquista del fuego es una de las más notables victorias humanas sobre la Naturaleza circundante. Fue adorado como un dios y forma parte integrante de todas las mitologías.
En la época de las tribus nómadas, cuando la humanidad se hallaba en estado de perpetua inestabilidad familiar y social, el fuego era un centro de reunión y concentración humana: un verdadero tesoro conservado con el mayor de los cuidados.
Cada familia se reunía en tomo a una hoguera durante las largas noches invernales. Como los medios para proporcionarse fuego eran limitadísimos, se hacía necesario e imprescindible mantener siempre encendidas, tanto de día como de noche, algunas brasas de leña y renovarlas constantemente. El fuego se comunicaba así con cierta solemnidad de unos a otros hogares. Cuando la familia, la horda, se ponían en marcha, cada uno de los clanes llevaba “SU fuego”, aquellos brasas preciosos, a menudo rodeados y protegidos por centinelas, ya que podían ser robadas o apagarse de un momento a otro. Y cuando a una tribu se le apagaba la lumbre, la miseria, las enfermedades acababan con ella muy en breve.
El hombre se había percatado del temor instintivo de las fieras a las hogueras; observó también que el fuego contribuía a la mejora de su alimentación y al perfeccionamiento de su industria; no tardó en darse cuenta de su inmenso poder destructivo. Su primera obtención debió ser laboriosa, muy fatigosa y erizada de dificultades.
El bello mito griego de Prometeo hubo de tener un precedente no menos heroico en aquellos pobres y tenaces seres primitivos que pasaban largas horas frotando pedazos de madera seca y, ciertamente, el nombre de premaetha significa frotación de leños, uno contra otro. Resulta curiosa esta semejanza del vocablo con el nombre del héroe heleno que sustrajo el fuego de las divinidades para entregarlo a los hombres y que, como todos los bienhechores del género humano, padeció terribles sufrimientos.
Las pruebas más antiguas de estas primeras manifestaciones de la especie humana datan de comienzos del período pleistoceno, hace aproximadamente unos setecientos mil años.
En su lucha por la vida, el hombre había ya logrado ventajas sobre los otros animales, ya que había aprendido a usar el fuego, a utilizar los diferentes utensilios y a abrigarse con piedras que le procuraban calor, sin embargo, gracias a su inteligencia cada vez más desarrollada, el hombre aprendió, poco a poco, a aprovechar de modo más racional la naturaleza.
Empezó a cultivar plantas y a criar ganado, con lo que le cambió totalmente la vida. Se hizo sedentario, construyendo albergues para él y para sus animales. Las nuevas construcciones se reunieron formando aldeas. El hombre empezaba una nueva época, la agraria. De esta forma, surgieron las ciudades, que eran centro de comercio, artesanía y administración.
La flexibilidad de la inteligencia humana obliga a reaccionar ante cada presión exterior, obedeciéndola u oponiéndose a ella. Así, en las culturas primitivas, la fuerza de la Naturaleza ejerce una influencia poco menos que decisiva. Y gracias a esa adaptación a las fuerzas naturales, el hombre llega a un mayor y mejor conocimiento de las mismas y a la adopción, lenta pero constante, de formas de vida más progresivas.
Este hombre, que pensaba y podía mejorar su entorno, fue el llamado “homo sapiens” (hombre pensante o que sabe), y que ha continuado su desarrollo hasta nuestros días, cuando nosotros, tú y yo, somos representantes de este Homo Sapiens.
En la historia del hombre, desde su aparición al final de la última glaciación, se pueden distinguir tres grandes etapas según la actividad que desarrolla. Durante la primera, desde la aparición del hombre hasta hace unos 10.000 años atrás, éste vivía como recolector y cazador. Durante la segunda, dominó la cultura agraria (la tercera, correspondiente a estos dos últimos siglos, se ha caracterizado por el industrialismo y desarrollo técnico).
Si por un procedimiento análogo al que en ocasiones utiliza el cine científico, se redujeran a uno los millares de años transcurridos desde la aparición del hombre sobre la Tierra, el hombre prehistórico sólo ocuparía las ocho últimas horas del último día y el hombre histórico —desde el antiguo Egipto a nuestros contemporáneos— no representaría más que dos o tres minutos.

Biografía oficial del presidente Leonel Fernández .


En la vida académica se ha destacado como profesor de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), en las áreas de sociología de la comunicación, derecho de prensa y relaciones internacionales.

SANTO DOMINGO, DN.-A continuación la biografía oficial del presidente de la República, doctor Leonel Fernández Reyna, precandidato presidencial del Partido de la Liberación Dominicana, según su sitio personal en la Internet: www.leonelfernandez.com, su página personal.
El Dr. Leonel Fernández, presidente constitucional de la República Dominicana, es presidente del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) y presidente honorífico de la Fundación Global Democracia y Desarrollo (FUNGLODE).

El presidente Fernández es miembro de varios consejos e instituciones internacionales, como Círculo de Montevideo (desde 1996); Consejo de Jefes de Gobierno Libremente Elegidos, del Centro Carter (desde 1997); Foreign Affairs en Español (desde 2000), Diálogo Interamericano (desde 2001) y Club de Madrid (desde 2001). Igualmente, desde el año 2000 preside el Club de Ejecutivos Estados Unidos - Caribe, organizado y auspiciado por el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington (CSIS) y desde 2002 funge como presidente de la Asociación de las Naciones Unidas de la República Dominicana.

Ha sido distinguido por varias universidades de gran renombre con el título de Doctor Honoris Causa: por la Universidad de la Sorbona, en el año 1999; la Universidad de Harvard, en 1999; la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, en el 2000, la Universidad de Seton Hall, New Jersey, en el año 2000, la Universidad Estatal de Santiago de Chile en el 2002, el Stevens Institute of Technology, New Jersey, en el año 2004, por la Nova Southeastern University, de la Florida, el 2 de abril de 2005, además de la Universidad de Massachusettss, en Boston, en junio de 2005, la Universidad Estatal de Panamá, el 28 de julio de 2005 por sus aportes a las ciencias políticas el Presidente Fernández recibe un doctorado Honoris Causa en Ciencias Politicas. Y por último la Universidad Cultural de China otorga el mismo doctorado Honoris Causa en Ciencias Políticas el 28 de junio de 2006.

Sus orígenes y su su famili

Leonel Fernández nació el 26 de diciembre de 1953, en Santo Domingo, hijo de José Antonio Fernández Collado y Yolanda Reyna Romero. Está casado con la Dra. Margarita Cedeño de Fernández y ha procreado 3 hijos, Nicole, Omar y Yolanda América.
De niño se trasladó con su familia a la ciudad de Nueva York, Estados Unidos, donde realizó sus primeros estudios y cursó la escuela secundaria.
A su regreso al país, ingresó a la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). En esa época, el doctor Fernández se sintió atraído por las ideas más progresistas que se abrían paso en el debate político y que lo llevarían muy temprano a estudiar la obra de quien sería su maestro y guía: el profesor Juan Bosch, a quien acompañó junto a la legión de dominicanos que fundó, en 1973, el Partido de la Liberación Dominicana (PLD).
En sus primeros años de universidad formó parte del vigoroso movimiento estudiantil de la década del 70, en el que llegó a ocupar el cargo de secretario general de la Asociación de Estudiantes de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la UASD, habiendo participado activamente en las jornadas reivindicativas de entonces.
En 1978, Leonel Fernández obtuvo el título de Doctor en Derecho con honores, lo que le valió el premio "J. Humberto Doucudray", por haber sido el estudiante más sobresaliente de su promoción.

Su tesis de grado, "El Delito de Opinión Pública", enriqueció la bibliografía nacional en esa compleja y novedosa materia.
Otros libros escritos por el doctor Fernández son: Los Estados Unidos en el Caribe: De la Guerra Fría al Plan Reagan y Raíces de un Poder Usurpado. Además, ha sido colaborador de varios periódicos nacionales y extranjeros sobre temas relacionados con comunicación, cultura, historia y derecho.

Su creciente incidencia en los círculos intelectuales a través de conferencias, trabajos periodísticos y debates, fue pareja con una progresiva ascendencia en el seno de su partido, que lo llevó a ocupar posiciones de gran responsabilidad política, convirtiéndolo en miembro del Comité Central, en 1985, y del Comité Político, en 1990. En el PLD ha ocupado la secretaría de Asuntos Internacionales y de Prensa, y fue director de la revista Política, Teoría y Acción.
Lector ávido, el doctor Fernández es reconocido como uno de los académicos y profesionales más lúcidos de su generación. Ha ganado prestigio debido a su sólida formación, así como a sus grandes dotes de expositor, con buen dominio de los idiomas inglés y francés.
En la vida académica se ha destacado como profesor de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), en las áreas de sociología de la comunicación, derecho de prensa y relaciones internacionales.
El presidente de la República
Su trayectoria política y personal llevó al doctor Fernández a ser seleccionado por el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) en 1994 como candidato a la Vicepresidencia de la República y compañero de boleta del profesor Juan Bosch. Más tarde, las bases de su partido lo escogieron por abrumadora mayoría como su candidato a la Presidencia para las elecciones del 1996, las que ganó luego de una vibrante campaña política, para convertirse en el primer Jefe de Estado que surge del PLD y uno de los más jóvenes estadistas de Latinoamérica.
Desde que asumió la conducción de los destinos nacionales, el 16 de agosto de 1996, el Dr. Fernández emprendió una dinámica y agresiva política exterior que rescató a la República Dominicana de su aislamiento tradicional y la colocó en el mismo centro de los procesos de integración regional, apertura de mercados y globalización. El presidente Fernández participó activamente en foros internacionales tales como la Asamblea General de las Naciones Unidas, las Cumbres Iberoamericanas y Centroamericanas de Jefes de Estados y de Gobierno y la Cumbre de las Américas. Realizó visitas oficiales a países hermanos, entre las cuales cabe destacar la primera de un mandatario dominicano a Europa (Francia e Italia, 1999), Japón y Singapur (2000) y la primera visita oficial, después de la era del dictador Trujillo, de un jefe de Estado dominicano a su país vecino, Haití. El gobernante reforzó los lazos dominicanos con los países de CARICOM y Centroamérica, e integró la nación al grupo de Río y de los países ACP (Países de Afríca, Caribe y el Pacífico), del cual fue escogido presidente para el año 2000. Bajo su mandato se elaboró el Tratado de Libre Comercio con los países de CARICOM y Centroamérica.
En el campo interno, el Presidente Fernández ha reorientado la inversión pública hacia el gasto social, privilegiando a la educación y salud publica. Convencido de que el desarrollo de la tecnología de la información y comunicaciones representa el motor más poderoso para el progreso de una nación moderna, el Dr. Fernández dedicó esfuerzos especiales a equipar todas las escuelas públicas secundarias del país de laboratorios de informática. Instauró el premio a los estudiantes meritorios, otorgado mensualmente a nivel nacional; promovió la cultura de la lectura a través de las competencias denominadas Olimpíadas de lectura y dejó establecida la Feria Internacional de Libro de Santo Domingo.
En el plano económico, el gobierno de Leonel Fernández puso en marcha programas para la creación de empleos, dando apoyo financiero a las micro, pequeñas y medianas empresas, construyendo nuevas zonas francas industriales y realizando una activa estrategia para captar capitales extranjeros a través de la Oficina para la Promoción de Inversión, creada a su iniciativa. Bajo su dirección, se fundó el Parque Cibernético, zona franca de alta tecnología, acompañada del Instituto Tecnológico de las Américas.

En los cuatro años de su mandato, la República Dominicana lució un admirable desempeño macroeconómico y se constituyó en uno de los países del mundo con la más alta tasa de crecimiento, con un promedio de casi 8 % anual.
El conjunto de esos componentes del extraordinario desarrollo económico del país durante la administración del Dr. Fernández le valió el nombre de "milagro dominicano”.
El gobierno del presidente Fernández ha ejecutado un programa de reforma y modernización institucional del Estado. Las oficinas gubernamentales fueron provistas de computadoras. Se asentaron las bases para la regularización del servicio civil y carrera administrativa. Los servicios públicos fueron mejorados y dotados de agilidad y transparencia.
Por otro lado, la administración del Dr. Fernández ha logrado adecentar y ordenar el tradicionalmente caótico e ineficiente transporte urbano, así como legar valiosas obras en la estructura vial urbana y provincial.
Su iniciativa de realizar un Diálogo Nacional con la participación de todos los sectores del país, no sólo permitió una búsqueda participativa de soluciones a los principales retos que enfrenta la República Dominicana y creó una agenda consensuada para el futuro de la nación, sino que fue observada con mucho interés por otras naciones interesadas en promover nuevos modos de participación democrática.
En fin, la administración del Dr. Leonel Fernández ha sido reconocida, a nivel nacional e internacional, por el estricto respeto de las libertades públicas y derechos humanos, así como por el notable impulso al crecimiento económico con estabilidad macroeconómica y a la institucionalidad democrática de la República Dominicana.
Los más importantes discursos pronunciados por el doctor Fernández en la campaña presidencial y el ejercicio de su mandato están recogidos en los volúmenes Discursos I y II, Temas de Campaña I y II, La República Dominicana Hacia el Nuevo Siglo, "Ningún Gobierno Había Hecho Tanto", La Globalización y la República Dominicana, Hablando la Gente se Entiende, y Leonel: Visión de Futuro.

Después de terminar su mandato presidencial en el año 2000, el Dr. Fernández sigue aportando al desarrollo de la República Dominicana y de la región latinoamericana como presidente de la Fundación Global Democracia y Desarrollo, una institución sin fines de lucro, constituida por su persona con la finalidad de estudiar los temas vitales para el país y su contexto internacional, elaborar propuestas innovadoras de naturaleza estratégica, diseñar políticas públicas, elevar la calidad del debate nacional y promover la formación de los recursos humanos nacionales.
La Fundación realiza investigaciones, conferencias, seminarios, talleres y entrenamientos en el área de la institucionalidad democrática y Estado de Derecho; desarrollo económico; desarrollo social y educación; medio ambiente y recursos naturales; ciencia y tecnología; opinión pública y medios de comunicación; globalización, integración regional y relaciones exteriores.
En el mes de enero del año 2002, el Dr. Leonel Fernández fue escogido, a casi unanimidad, Presidente del Partido de la Liberación Dominicana. Posteriormente, en las elecciones de 2004, volvió a ganar la primera magistratura y desde el 16 de agosto de ese año, fue juramentado como Presidente Constitucional de la República Dominicana.

LA FOTO MÁS FAMOSA DEL MUNDO.


Esta es, sin lugar a dudas, la foto más famosa del mundo.,Fue tomada por el cubano Alberto Korda el 5 de marzo de 1960, durante el acto de despedida del duelo de las víctimas del sabotaje al barco francés La Coubre.

Biografía de Ernesto Che Guevara.


Revolucionario y líder político latinoamericano, cuya negativa a adherirse tanto al capitalismo como al comunismo ortodoxo, lo convirtió en un emblema de la lucha socialista. Por su apariencia salvaje, romántica y revolucionaria, el Che es hoy una leyenda para los jóvenes revolucionarios de todo el mundo, un ejemplo de fidelidad y total devoción a la unión de los pueblos subyugados.
Ernesto Guevara de la Serna nace en la ciudad argentina de Rosario el 14 de junio de 1928, en el seno de una familia con raíces aristocráticas pero con ideas socialistas. Desde chico sufre ataques de asma y por esta razón en 1932 se mudan a las sierras de Córdoba. Su educación primaria la hizo en su hogar, de las manos de su madre. En su casa había obras de Marx, Engels y Lenin, con los que se familiarizó en su juventud temprana.
En 1947, Ernesto ingresa a la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, motivado en primer lugar por su propia enfermedad y luego interesándose por la lepra. Durante 1952 realiza una larga jornada por América Latina, junto con Alberto Granados, recorriendo el sur de Argentina, Chile, Perú, Colombia y Venezuela. Observan, se interesan por todo, analizan la realidad con ojo crítico y pensamiento profundo. Ernesto regresa a Buenos Aires decidido a terminar la carrera y el 12 de junio de 1953 recibe el título de médico.
En julio de 1953, inicia su segundo viaje por América Latina. En esta oportunidad visita Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, El Salvador y Guatemala. Cuando Ernesto recorre los países del litoral pacífico de América del Sur, al visitar las minas de cobre, los poblados indígenas y las leproserías, es donde da muestras de su profundo humanismo, se va creciendo y agigantando su modo revolucionario de pensar y su firme antimperialismo. En Guatemala conoce a Hilda Gadea, con la cual contrae matrimonio y de cuya unión nace su primera hija.
Convencido de que la revolución era la única solución posible para acabar con las injusticias sociales existentes en Latinoamérica, en 1954 marcha a México, donde se une al movimiento integrado por revolucionarios cubanos seguidores de Fidel Castro. Ahí ganó el sobrenombre "Che", naturalmente debido a su modo argentino de hablar.
A finales de la década de 1950, cuando Fidel y los guerrilleros invaden Cuba, el Che los acompaña, primero como doctor pero luego convirtíendose en el comandante del ejército revolucionário que derrocó el dictador cubano Fulgencio Batista el 31 de diciembre de 1958.
Al triunfo de la Revolución, Che Guevara se convirtió en la mano derecha de Fidel Castro en el nuevo gobierno de Cuba. Fue nombrado ministro de Industria y posteriormente Presidente del Banco Nacional. Desempeñaba simultáneamente otras tareas múltiples, de carácter militar, político y diplomático. En 1959 se casa, en segundas nupcias, con su compañera de lucha, Aleida March de la Torre, con quien tendrá cuatro hijos. Visitan vários países comunistas de Europa Oriental y Asia.
Opuesto enérgicamente a la influencia estadounidense en el Tercer Mundo, la presencia de Guevara fue decisiva en la configuración del régimen de Castro y en el acercamiento del régimen cubano al bloque comunista, abandonando los tradicionales lazos que habían unido a Cuba con Estados Unidos.
En 1962, tras una conferencia en Uruguay, volvió a la Argentina y también visitó Brasil. El Che estuvo además en varios países africanos, notablemente en el Congo. Ahí luchó junto a los revolucionários antibelgas, llevando una fuerza de 120 cubanos. Luego de muchas batallas, terminaron derrotados y en el otoño de 1965 él le pidió a Fidel retirar la ayuda cubana.
Desde entonces el Che dejó de aparecer en actividades públicas. Su misión como embajador de las ideas de la Revolución Cubana había llegado a su fin. En 1966 junto a Fidel prepara una nueva misión en Bolivia, como líder de los campesinos y mineros bolivianos contrarios al gobierno militar. El intento resultó en su captura y posterior ejecución el 9 de octubre de 1967. Los restos del Che descansan en el mausoleo de la Plaza Ernesto Che Guevara en Santa Clara, Cuba.
"He nacido en la Argentina; no es un secreto para nadie. Soy cubano y también soy argentino y, si no se ofenden las ilustrísimas señorias de Latinoamérica, me siento tan patriota de Latinoamérica, de cualquier país de Latinoamérica, que en el momento en que fuera necesario, estaría dispuesto a entregar mi vida por la liberación de cualquiera de los países de Latinoamérica, sin pedirle nada a nadie, sin exigir nada, sin explotar a nadie."
EL SOCIALISMO Y EL HOMBRE EN CUBA (1965)
«El camino es largo y lleno de dificultades. A veces, por extraviar la ruta, hay que retroceder; otras, por caminar demasiado aprisa, nos separamos de las masas; en ocasiones por hacerlo lentamente, sentimos el aliento cercano de los que nos pisan los talones. En nuestra ambición de revolucionarios, tratamos de caminar tan aprisa como sea posible, abriendo caminos, pero sabemos que tenemos que nutrirnos de la masa y que ésta solo podrá avanzar más rápido si la alentamos con nuestro ejemplo.»
MENSAJE A LOS PUEBLOS DEL MUNDO (1967)
«Toda nuestra acción es un grito de guerra contra el imperialismo y un clamor por la unidad de los pueblos contra el gran enemigo del género humano: los Estados Unidos de Norteamérica. En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte, bienvenida sea, siempre que ese, nuestro grito de guerra, haya llegado hasta un oído receptivo, y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas, y otros hombres se apresten a entonar los cantos luctuosos con tableteo de ametralladoras y nuevos gritos de guerra y de victoria.

EL HOMBRE FUERTE DE CUBA.


Primer secretario del Comité Central del PCC
Duración del mandato: 03 de Octubre de 1965 - En funciones
Nacimiento: Birán, Mayarí, provincia de Holguín, 13 de Agosto de 1926
Partido político: PCC
Profesión: Abogado
En Cuba, en febrero de 2008, en votación realizada por la Asamblea Nacional, Fidel Castro fue oficialmente sustituido por su hermano Raúl como presidente del Consejo de Estado, o jefe del Estado, y por ende como presidente del Consejo de Ministros y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, a los 19 meses de delegar en aquel todas sus funciones políticas e institucionales.

El mutis, no completo, ya que por el momento continúa siendo primer secretario del Partido Comunista, del gran líder de la Revolución Cubana de 1959, personaje central en la historia de la segunda mitad del siglo XX, uno de los más longevos dirigentes del mundo, superviviente nato y figura controvertida donde las haya, agudiza la incertidumbre sobre el porvenir de la última dictadura del continente americano, hasta ahora personalizada en extremo en el octogenario autócrata.
Biografía
1. Un inquieto estudiante de DerechoEl tercero de los siete hijos tenidos por Ángel María Bautista Castro y Argiz (1875-1956), un acomodado propietario azucarero español oriundo de la aldea gallega de Láncara, Lugo, y su segunda esposa, Lina Ruz González (1900-1963), nieta de canarios y asturianos, nació el 13 de agosto de 1926 en la hacienda que el primero tenía en Birán, municipio de Mayarí, en la actual provincia de Holguín. Sus hermanos eran Ramón y Raúl, y sus hermanas Angelita, Juanita, Enma y Agustina. Don Ángel, un hombre rudo e iletrado pero sagaz en los negocios agrícolas, había combatido a los patriotas cubanos como soldado del Ejército español y tras la derrota ante Estados Unidos en la guerra de 1898 había regresado a la isla, esta vez como emigrante dispuesto a emprender una nueva y próspera vida. Fidel Alejandro fue alumbrado en 1926 por Lina Ruz como un hijo ilegítimo, ya que entonces don Ángel continuaba casado, aunque sin hacer vida marital, con su primera esposa, María Argota Reyes, con la que tenía dos hijos legítimos, Lidia y Pedro Emilio, hermanastros del futuro líder cubano. Su pareja de hecho era, desde hacía años, Lina, con la que había iniciado relaciones después de contratarla para el servicio doméstico. Para acallar rumores y ocultar la existencia de sus hijos ilegítimos, don Ángel envió a los niños a vivir a la casa del cónsul haitiano en Santiago, Hippólite Hibbert, un amigo de confianza.

A partir de los seis años, el joven Castro estudió en régimen de internado en la Escuela La Salle de los Hermanos Maristas y el Colegio Dolores de la Compañía de Jesús (actual Instituto Preuniversitario Rafael María de Mendive), dos centros privados santiagueros. El muchacho no fue reconocido como hijo legítimo por su padre hasta los 17 años, una vez legalizada su unión con la madre. Tras este cambio, se trasladó a La Habana para proseguir sus estudios en la afamada Escuela Preparatoria Belén, regida también por los jesuitas. En 1945, una vez obtenido el título de bachiller, se matriculó en la Escuela de Leyes de la Universidad de La Habana, un centro que se distinguía por la politización de su alumnado, adscrito a una u otra de las organizaciones estudiantiles que rivalizaban entre sí. Allí, las diferencias ideológicas tendían a dirimirse con todo tipo de violencias, incluyendo el pistolerismo. Castro se involucró profundamente en este ambiente de agitación y pendencia, no tardando en hacerse miembro de una de las camarillas estudiantiles más violentas, la Unión Insurreccional Revolucionaria (UIR). Siendo activista de la UIR, Castro tomó parte en 1947 en un rocambolesco intento, frustrado por la policía cubana, de alcanzar por mar la República Dominicana para hostigar a la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, así como en el no menos insólito proyecto, concebido y dirigido por él, de traer a la Universidad desde la ciudad oriental de Manzanillo la campana de La Damajagua, cuyo repiqueteo había anunciado en 1868 el comienzo de la Guerra de los Diez Años contra España. También, participó en programas de radio y realizó colaboraciones para el diario Alerta. Más importante para su posterior trayectoria, se convirtió en uno de los primeros militantes del Partido del Pueblo Cubano, o Partido Ortodoxo, agrupación opositora fundada el 15 de mayo de 1947 por el senador Eduardo Chivas y Ribas, quien un año más tarde iba a disputar sin éxito las elecciones presidenciales frente al candidato del gobernante Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), Carlos Prío Socarrás. Revelado como un estudiante brillante, un deportista consumado y un auténtico tribuno de las aulas que gustaba de polemizar y que irradiaba liderazgo, en abril de 1948 Castro se encontraba en Bogotá, asistiendo a la IX Conferencia Interamericana al frente de una delegación de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU), cuando se produjeron el asesinato del líder liberal colombiano Jorge Eliécer Agitan y los violentos disturbios subsiguientes, el famoso Bigotazo. Sobre el grupo de Castro recayeron sospechas policiales de una connivencia con el Partido Comunista Colombiano en su supuesto propósito de convertir la ira popular en un ariete revolucionario contra el Gobierno conservador de Mariano Ospina, así que el cubano hubo de abandonar precipitadamente el país.

Exteriorizado como un nacionalista ardiente que hallaba profundamente agraviante el dominio, prácticamente neocolonial, de Estados Unidos sobre Cuba, Castro frecuentó diversos comités antiimperialistas, como el Pro Independencia de Puerto Rico, el Pro Independencia Dominicana -del que fue presidente- y el Comité 30 de Septiembre, del que fue fundador. El 12 de octubre de 1948 contrajo matrimonio con Mirta Díaz-Balart, una estudiante de Filosofía de la Universidad perteneciente a una familia adinerada y hermana de un antiguo compañero de clase en Belén y paisano de Holguín, Rafael Díaz-Balart. Con ella tuvo en septiembre de 1949 a su primer hijo, Fidel Félix, familiarmente llamado Fidelito. En 1950 terminó la licenciatura de Derecho y obtuvo el título de abogado, tras lo cual abrió un pequeño bufete en La Habana. 2. Líder guerrillero contra la dictadura de BatistaSu incipiente actividad profesional no le apartó a Castro del activismo político; al contrario, el abogado redobló su implicación en las movilizaciones populares contra el Gobierno de Prío y en las actividades de los Ortodoxos, que en 1951 encajaron el rudo golpe del suicidio de Chivas. Hasta su muerte, el carismático dirigente opositor, adalid de la denuncia del imperialismo y la corrupción, consideró a Castro un discípulo aventajado. Con 25 años, Castro fue designado por el partido candidato al Congreso en las elecciones previstas para junio de 1952, pero el 10 de marzo de ese año se produjo el golpe de Estado del coronel Fulgencio Batista Zaldívar, quien ya presidiera la República entre 1940 y 1944, y el proceso quedó suspendido. Castro ya venía abogando por estrategias de lucha extraparlamentaria como dirigente de la facción ortodoxa Acción Radical, así que ahora no pudo menos que denunciar públicamente la vulneración del orden constitucional por Batista. Decepcionado con su débil respuesta al golpe de Estado, rompió con la dirección de los ortodoxos, en manos de Emilio Ochoa y Roberto Agramonte, para entablar una batalla jurídica en solitario, pero su denuncia contra Batista por violar la Carta Magna de 1940 fue desestimada por el Tribunal de Garantías Constitucionales y Sociales. Aparentemente, esta segunda frustración terminó por convencerle de la inutilidad de las fórmulas legalistas para revertir la usurpación del poder por Batista; en lo sucesivo, actuaría exclusivamente por los cauces subversivos.

Desde la clandestinidad, Castro fue alentando la formación de un grupo opositor que se planteó el objetivo, en aquel momento puramente utópico, de derrocar a Batista por la fuerza de las armas. Este grupo con pretensiones insurreccionales iba a ser el embrión del futuro movimiento revolucionario, y sus integrantes, entre los que se encontraba Raúl Castro –en lo sucesivo inseparable compañero de lucha de su hermano cinco años mayor-, ya entonces recibieron el nombre de fidelistas. Castro concibió la captura de un centro neurálgico para dominar una ciudad, conseguir el levantamiento de una provincia y desde allí iniciar la liberación de todo el país. A esta estrategia obedeció el espectacular ataque del 26 de julio de 1953 contra el cuartel Moncada de Santiago, que se saldó con la muerte, en el combate y luego por las torturas infligidas a los capturados o ante el pelotón de fusilamiento, de 60 de los 135 integrantes de la columna asaltante. El comando que atacó el cuartel Carlos Manuel de Céspedes de Bayamo, a 150 km de Santiago, perdió a 12 de sus 22 componentes. Tras la batalla, Castro y varios hombres a su mando consiguieron escapar a las montañas, pero él fue aprehendido por una patrulla el 1 de agosto. Algunas biografías aseguran que el abogado devenido partisano se salvó de una segura ejecución sobre el terreno gracias a la intervención de un sargento negro que le conocía de la Universidad, el cual consiguió su traslado a un calabozo.

Fidel, Raúl y el resto de supervivientes capturados parecían abocados a un juicio sumarísimo con sentencia de muerte. Pero el jefe rebelde encontró la salvación de nuevo, esta vez merced a la presta intervención del arzobispo de Santiago, monseñor Enrique Pérez Serantes, que intercedió por él y sus hombres ante Batista. La providencia eclesiástica no le ahorró, empero, ser juzgado y condenado a 15 años de prisión, mientras que a Raúl le cayeron 13 años. En el arranque de su juicio, el 16 de octubre de 1953, que tuvo un carácter semipúblico, Castro asumió su propia defensa y pronunció un alegato que se haría célebre, La historia me absolverá, en el que expuso el programa político del futuro Movimiento Revolucionario 26 de Julio (MR-26-7), cuya fundación formal tuvo lugar el 19 de marzo de 1955. El 15 de mayo de 1955, estando recluidos en la penitenciaría de la Isla de los Pinos (hoy Isla de la Juventud), los hermanos Castro y otros 18 participantes en el asalto al cuartel Moncada fueron amnistiados por Batista. La medida de gracia presidencial, de todo punto inesperado aunque enmarcada en los intentos del dictador de apaciguar a la creciente contestación interna contra su régimen, se tradujo en la inmediata liberación de los reos. Una de las primeras cosas que hizo Fidel tras salir de prisión fue firmar el divorcio de Mirta Díaz-Balart, no sin asegurarse la custodia de Fidelito, que entonces tenía cinco años.

El 7 de julio los Castro tomaron el camino del exilio en México, donde Fidel reagrupó a sus partidarios bajo la sigla del MR-26-7, acumuló fondos económicos, en buena parte obtenidos durante una gira de recaudación entre la diáspora cubana en Estados Unidos, y entró en contacto con el médico revolucionario argentino Ernesto Che Guevara. Juntos planearon una incursión a Cuba con el objeto de iniciar un foco guerrillero que, simultáneamente a una sublevación en Santiago de jóvenes revolucionarios encabezados por Frank País García, responsable de los efectivos civiles del MR-26-7 en el medio urbano, debería desencadenar una revuelta nacional contra Batista. El 25 de noviembre de 1956, un mes después de fallecer su anciano padre a los 80 años, Fidel, Raúl, el Che, Camilo Cienfuegos Gorriarán, Juan Almeida Bosque y otros 77 expedicionarios zarparon en el yate Granma desde el puerto mexicano de Tuxpan y el 2 de diciembre desembarcaron (en realidad, encallaron en unos bajíos, perdiendo buena parte de sus pertrechos) en el área de Los Cayuelos, cerca de la ciudad de Manzanillo, en Oriente. Sorprendida la exigua tropa por los disparos de las patrullas, sólo trece supervivientes consiguieron adentrarse en la Sierra Maestra, donde, tras reagruparse con el nombre de Columna José Martí bajo el mando de Castro, emprendieron la lucha guerrillera contra los 40.000 soldados del Ejército de Cuba. El 17 de enero de 1957 tomaron el cuartel de La Plata, su primera victoria. 3.

Triunfo de la Revolución, presentación internacional y primeras disposicionesLa invasión del grupo de Castro, por la que ningún observador habría apostado un céntimo de haber presenciado su desastroso arranque, hizo realidad la quimera presupuesta: tras dos años de metódico avance por la isla a lo largo del eje este-oeste y la apertura, gracias al aporte constante de voluntarios y la colaboración de los campesinos, de sucesivos frentes de combate, MR-26-7 provocó el desplome del régimen.

En las primeras horas del 1 de enero de 1959, Batista, desprotegido por un Ejército desmoralizado por las derrotas y minado por las deserciones, firmó su dimisión y, secundado por la mayoría de sus lugartenientes civiles y militares, escapó de La Habana camino del exilio, dejando la jefatura del Estado en funciones al presidente del Senado, Anselmo Alliegro Milá, quien a su vez fue sustituido por el magistrado del Tribunal Supremo Carlos Manuel Piedra y Piedra a instancias del autoproclamado comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, el general Eulogio Cantillo Porras. Pero la autoridad de Piedra y Cantillo era puramente fantasmal. Castro convocó a los habitantes de La Habana a una huelga general y ordenó al Che y Cienfuegos que tomaran la capital de inmediato. El 2 de enero, luego de rendirse el Ejército acantonado en Santiago, de ser arrestado Cantillo y de triunfar el levantamiento civil capitaneado por los estudiantes del Directorio Revolucionario 13 de Marzo, primero en encender la protesta contra la dictadura, las columnas del MR-26-7 entraron en la capital y Castro les siguió, encontrando un recibimiento apoteósico, el 8 de enero. La superación del vacío de poder institucional se ejecutó antes de llegar el secretario general del MR-26-7 a La Habana para asumir el mando. El 3 de enero se hizo cargo de la Presidencia con carácter provisional el juez Manuel Urrutia Lleó, un partidario de la Revolución que había pactado su nombramiento con Castro meses atrás; dos días después, Urrutia nombró primer ministro al político liberal y notorio opositor a Batista José Miró Cardona, quien formó un Gobierno de coalición dominado por personalidades que, por edad y cultura política, poco tenían que ver con los jóvenes e impetuosos revolucionarios.

La colocación de Urrutia y Miró en los dos puestos cimeros del poder ejecutivo republicano daba a entender que Castro y sus hombres auspiciaban un programa de reformas respetuoso con los formalismos de la democracia parlamentaria. Además, el Gobierno de Miró fue rápidamente reconocido por Estados Unidos. Por unas semanas, la opinión pública internacional creyó que la Revolución Cubana iba a dar paso a un régimen político regido por el consenso y a unas transformaciones gradualistas en Cuba. Sin embargo, el compromiso de los revolucionarios con los sectores liberales y moderados se deshizo pronto ante los planteamientos maximalistas de los primeros y las reluctancias de los segundos. Erigido en la verdadera primera autoridad desde el puesto de comandante en jefe de las nuevas Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), convertido en un ídolo para el pueblo cubano y elevado al rango de celebridad internacional, Castro conquistó muchas simpatías en todo el continente americano, incluidos los Estados Unidos, y en Europa, por su proclamado ideario antiimperialista, nacionalista y reformista, y por la aureola romántica y justiciera de la que la Revolución por él comandada se había envuelto. El primer indicio del derrotero que iba a tomar la Revolución se produjo el 13 de febrero, seis después de promulgarse la Ley Fundamental de la República a modo de ordenamiento jurídico interino, con la prematura dimisión del renuente Miró. Castro le sustituyó el 16 de febrero, adquiriendo así su primer cargo político institucional. El 17 de julio Castro, valiéndose de la estratagema de su dimisión como jefe del Gobierno seguida de un movimiento de adhesión popular, obligó a renunciar a Urrutia, un anticomunista declarado, y al día siguiente lo reemplazó por Osvaldo Dorticós Torrado, un abogado decididamente izquierdista que hasta ahora había fungido de ministro de Leyes Revolucionarias. Independiente del comunismo local no obstante sus claras tendencias socialistas, el MR-26-7 tuvo de hecho sus más y sus menos con el pro soviético Partido Socialista Popular (PSP, fundado en 1925 como Partido Comunista de Cuba y del cual Raúl Castro, a diferencia de su hermano, sí había sido militante), que había apoyado activamente a Batista en la campaña electoral de 1952 y que hasta finales de 1958 no decidió unirse al alzamiento contra la dictadura pese a llevar un lustro proscrito. Es más, en los primeros meses de 1959 el nuevo régimen revolucionario despertaba recelos en la Unión Soviética, mientras que contaba con buena prensa en extensos sectores de la opinión pública de Estados Unidos, donde Castro era un personaje muy popular a raíz de la célebre entrevista que en febrero de 1957 le había realizado en su escondrijo en la Sierra Maestra el periodista del New York Times Herbert Matthews, la cual le proyectó como un quijotesco proscrito de la selva caribeña, resuelto a liberar su país de un déspota corrupto y exudando idealismo. Con un inteligente manejo de los medios de comunicación y propaganda, y una formidable habilidad para las relaciones públicas, Castro, prodigando un optimismo desbordante y una fe absoluta en el éxito de su empresa, certificó la validez del llamado Manifiesto de Sierra Maestra, una proclama política de julio de 1957 en la que el MR-26-7 se comprometía, una vez derrocado Batista, a restaurar la Constitución de 1940, celebrar elecciones libres y democráticas en el plazo máximo de 18 meses, liberar a todos los presos políticos y restablecer la libertad de prensa. El primer ministro prometió asimismo diversificar la economía con la ayuda de los estadounidenses y acometer un ambicioso programa de promoción social para extender los servicios educativos al ámbito rural, erradicar el analfabetismo y elevar sensiblemente los niveles de salud y bienestar de la población. Con tono admonitorio, anunció el final de la arbitrariedad en el ejercicio del poder y del mal endémico de la corrupción, fenómeno alimentado por todos los gobiernos desde la dictadura de Gerardo Machado (1925-1933) y que bajo Batista había alcanzado unos niveles escandalosos por su identificación con los negocios de la Mafia norteamericana en el juego y la prostitución. Otro objetivo, menos explícito pero fundamental, de Castro cuando llegó al poder era convertir a Cuba en un país de gran influencia internacional, para lo que se valió de su estrellato mediático y su activismo viajero. El 23 de enero Castro escogió Venezuela, hacía un año liberada de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, para su primera salida al exterior. La extática acogida tributada por la población de Caracas contrastó con el cauteloso trato del presidente electo que le había invitado a venir, el socialdemócrata Rómulo Betancourt, por el momento el más importante amigo que la Revolución tenía en el continente. El segundo jalón de esta diplomacia personalista fue la gira de doce días emprendida el 15 de abril en Estados Unidos a invitación de la Asociación Americana de Directores de Periódicos. Jovial y dicharachero, Castro recalcó a sus anfitriones que deseaba un buen entendimiento económico con la otrora potencia colonial y que él no simpatizaba lo más mínimo con el comunismo. Negó de paso las conocidas tendencias comunistas de algunos de los miembros de su círculo íntimo, incluso las de su hermano Raúl. Una gran expectación rodeaba cada uno de los pasos del líder cubano y su pintoresca comitiva de barbudos, cuyas maneras desenvueltas contrastaban poderosamente con la rigidez típica de los diplomáticos y los estadistas internacionales. En Nueva York Castro se entrevistó con el secretario general de la ONU, Dag Hammarskjöld, y realizó un multitudinario mitin en Central Park el día 24. La delegación cubana intentó arreglar un encuentro privado con el presidente Eisenhower, pero ése se excusó con el pretexto de que tenía concertada una partida de golf. A cambio, Castro fue recibido el día 19 en su despacho de la Casa Blanca por el vicepresidente, Richard Nixon. Durante su estancia en la capital federal no dejó de visitar los memoriales de George Washington, Thomas Jefferson y Abraham Lincoln, así como la tumba del soldado desconocido en el Cementerio Nacional de Arlington. Antes de regresar a casa con última parada en la ciudad texana de Houston, el comandante recaló el 27 de abril en Montreal, Canadá, en una visita no oficial de dos días de duración que prologó una larga experiencia de relaciones bilaterales. En el mes de mayo Castro hizo sendos desplazamientos a Argentina, Brasil y Uruguay. Entre tanto y en los meses subsiguientes, una serie de expediciones armadas de exiliados políticos organizadas en Cuba desembarcaron en la República Dominicana, Haití, Nicaragua y Panamá con la intención de repetir en estos países lo que había sucedido con el régimen de Batista, pero todas ellas fracasaron al no recibir apoyos locales. El choque de intereses con Estados Unidos no tardó en plantearse al lanzar Castro sus primeras medidas revolucionarias. El 17 de mayo el Gobierno aprobó la Ley de Reforma Agraria, que suponía la nacionalización de todos los latifundios de más de 420 hectáreas, la distribución de las propiedades incautadas entre granjeros y cooperativistas, y la prohibición de la compra de tierras por extranjeros. Con carácter ejemplarizante, la primera hacienda en ser expropiada fue la de su propia familia, en Birán. Inequívocamente radical y socialista, esta primera reforma agraria afectó de lleno a las grandes propiedades azucareras de las corporaciones estadounidenses, en particular la poderosa United Fruit, que hasta entonces había disfrutado de un estatus de intocable. En junio, Castro abandonó sus promesas de celebrar elecciones libres en 18 meses y de rehabilitar la Constitución de 1940. A cambio, activó la Ley Fundamental promulgada en febrero, que, pese a preservar muchas de las disposiciones sociales y económicas de la Carta Magna ahora en receso, suponía una drástica reordenación de las instituciones del Estado. El Congreso fue eliminado y el Consejo de Ministros concentró los poderes ejecutivo y legislativo. Las funciones del presidente de la República quedaron circunscritas a los ámbitos protocolario y representativo. En otras palabras, todo el poder quedó en manos de Castro, mientras que Dorticós quedó relegado a la condición de figura decorativa. Para comienzos de 1960, era evidente que el programa de Castro para Cuba, considerando las medidas aplicadas, era radicalmente contrario a los intereses de Estados Unidos. Pero las nuevas orientaciones diplomáticas resultaron más explícitas. El 4 de febrero el viceprimer ministro soviético Anastas Mikoyan se presentó en la isla para firmar un acuerdo comercial por el que Cuba obtenía de la URSS un crédito muy blando (al 2,5% de interés y pagadero en 12 años) de 100 millones de dólares para la adquisición de equipos industriales soviéticos y garantías de compra de cinco millones de toneladas de azúcar hasta 1966. El 19 de abril llegó el primer cargamento de petróleo soviético, el 8 de mayo se reanudaron las relaciones diplomáticas, interrumpidas por Batista en 1952, y en septiembre arribó la primera ayuda militar. Ese mismo mes, el día 20, Castro y Nikita Jrushchev, primer secretario del PCUS, sostuvieron un primer encuentro en Nueva York en el contexto del XV período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas, palestra en la que el comandante había debutado dos días atrás con un discurso fieramente antiestadounidense y encendidamente prosoviético. La reunión se celebró en el hotel del barrio de Harlem, el Theresa, un establecimiento frecuentado por las élites políticas y culturales afroamericanas, donde el cubano estaba alojado tras ser expulsado del Shelbourne, un hotel más selecto de Manhattan, con el pretexto de que sus hombres generaban mucho ruido y quemaban las alfombras con sus puros habanos. En el Hotel Theresa Castro recibió también al presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, al primer ministro indio Jawaharlal Nehru y al dirigente negro estadounidense Malcolm X. 4. La vía socialista y el enfrentamiento con Estados UnidosLos historiadores de la Revolución Cubana no se han puesto de acuerdo sobre si fue Castro, con su apuesta por la vía marxista, la cual habría contemplado desde el principio, y la alianza económica y militar con la URSS, quien arrastró a Estados Unidos al enfrentamiento, o si por el contrario fue este país, con su intolerancia con las reformas del Gobierno Revolucionario, el que obligó al joven régimen, acuciado por la sensación de hostigamiento, a ponerse bajo la protección de Moscú y a abrazar una ideología que no había figurado en las banderas del MR-26-7. Una interpretación recurrente sostiene que cuando Castro maduró su estrategia insurgente en 1952 su pensamiento político no estaba muy articulado; entonces, éste se nutriría fundamentalmente de la tradición nacionalista local, martiana, creyente más en el concepto de nación que en el de clase como conductor del progreso y la justicia sociales, y, en menor medida, del pensamiento de Simón Bolívar. El caso es que después de abrazar la ideología oficialmente, Castro aseguró haber sido marxista desde el principio, sólo que entonces no podía revelar esta filiación por razones de oportunidad política. Dejando a un lado la cuestión de los orígenes doctrinales, hay autores que relativizan esta profesión de fe comunista y aseguran que Castro, aun tomando muchos elementos de diversas ideologías antiimperialistas, ha sido y es ante todo castrista, que es como decir practicante de un pensamiento socialista personal y específico, moldeado por las particularidades de Cuba y la propia psique del personaje. Según este análisis, Castro habría actuado más bien como esos líderes del Tercer Mundo poscolonial que vieron el marxismo-leninismo, el socialismo científico, como una herramienta para gobernar, no como un dogma o una ortodoxia a los que había que someterse milimétricamente. El Gobierno de Estados Unidos contestó al restablecimiento de las relaciones cubano-soviéticas con la suspensión de su ayuda financiera, con la que Castro decía contar en aras del buen entendimiento exterior sin exclusiones. El golpe de timón diplomático, más las acusaciones de sabotaje perpetrado por los servicios de inteligencia estadounidense (como el estallido, el 4 de marzo, de un buque francés con armas compradas en el puerto de La Habana, que provocó numerosos muertos), condujeron en 1960 a una escalada alimentada por ambas partes y a una enemistad indeclinable. Entonces no se sabía, pero el caso era que en una fecha tan temprana como octubre de 1959 Eisenhower ya había dado luz verde a las propuestas del Departamento de Estado y de la CIA para emprender contra Cuba verdaderas covert actions, misiones secretas que incluían ataques aéreos, piratería naval y la ayuda clandestina a organizaciones de resistencia contrarrevolucionarias en el interior. El 29 de junio de 1960 el Gobierno cubano confiscó la refinería de la Texas Oil Company en Santiago por negarse a refinar petróleo soviético, y dos días después corrieron la misma suerte las plantas de la Shell y la Esso. Como represalia, el 6 de julio, Eisenhower ordenó la reducción en una cuarta parte de la cuota de importación azucarera, lo que le suponía para Cuba dejar de vender 700.000 toneladas de este producto, si bien el Gobierno soviético se apresuró a anunciar que él compraría el flete. La respuesta de Castro al boicot comercial fue acelerar las nacionalizaciones, pese a que la Ley Fundamental declaraba salvaguardada la propiedad privada e imposibilitada la expropiación "si no es por autoridad judicial competente, por causa justificada de utilidad pública o de interés social y siempre previo el pago de la correspondiente indemnización en efectivo, fijada judicialmente". El 6 de agosto el Gobierno expropió 36 ingenios azucareros, todas las refinerías de petróleo y las compañías de electricidad y de teléfono. El 17 de septiembre fueron nacionalizados los bancos de Estados Unidos y el 13 de octubre le tocó el turno a la banca propiamente cubana. La estatalización de los resortes de la economía ocasionó enormes pérdidas a gran número de ciudadanos estadounidenses y exiliados cubanos. El 19 de octubre Washington decretó el embargo de todas las exportaciones a la isla, salvo determinadas categorías de alimentos, medicinas y material médico. Al embargo total se le sumó el boicot total el 16 de diciembre con la reducción a cero de la cuota azucarera. Finalmente, el 3 de enero de 1961, se produjo la ruptura de relaciones diplomáticas. El cambio de inquilino en la Casa Blanca, con la entrada del demócrata John Kennedy, no hizo sino acentuar el enfrentamiento. Para entonces, el cariz ideológico del régimen apenas ofrecía dudas. El 16 de abril de 1961 Castro anunció que la Revolución Cubana era de tipo socialista. Tan sólo unas horas antes de esta histórica declaración, aviones B-26 estadounidenses habían empezado a bombardear aeródromos en la isla como preludio del desembarco en la playa Girón, en la bahía de Cochinos, de un nutrido contingente de exiliados y mercenarios, aproximadamente 1.400 hombres, dispuesto a hacerse con el poder. Castro movilizó eficazmente a las FAR y a una población mayoritariamente adicta, sobre todo las clases populares, en defensa de la Revolución. Los invasores quedaron cercados desde el primer momento, el 17 de abril, y transcurridos dos días, abandonados a su suerte por quienes les habían armado, entrenado y conducido a la temeraria aventura, se rindieron en masa. El análisis de la CIA de que el pueblo cubano acogería con los brazos abiertos a las fuerzas anticastristas y se alzaría espontáneamente contra el régimen revolucionario carecía de todo fundamento. Pero Estados Unidos había manifestado a las claras su hostilidad mortal al Gobierno de La Habana, de lo que éste tomaría buena nota. En la fiesta del Primero de Mayo, un exultante Castro proclamó enfáticamente que la cubana era una república de tipo socialista y que al regirla un gobierno revolucionario su naturaleza era ejemplarmente democrática ("la Revolución no tiene tiempo para elecciones"). El 2 de diciembre el comandante afirmó, por si quedaba alguna duda, que él era marxista-leninista y que Cuba había tomado la senda del comunismo. En estos meses se multiplicaron las conspiraciones, los alzamientos y los intentos de subversión y eliminación física de Castro, que salía airoso de todo ataque y parecía indestructible. El rosario de agresiones se inscribía en la denominada Operación Mangosta, un plan ultrasecreto urdido por la CIA y aprobado por Kennedy en noviembre de 1961 con el objetivo de deshacerse de Castro y su régimen a cualquier precio. El 3 de febrero de 1962 Kennedy ordenó el bloqueo total de la isla, pero el clímax de la pugna sobrevino en octubre siguiente, cuando el mundo, sobrecogido, se asomó al escenario de una guerra nuclear por culpa del dramático forcejeo triangular que entablaron Cuba y las dos superpotencias. El 14 de octubre un avión espía en vuelo de reconocimiento reveló que la URSS estaba instalando en la isla, en la provincia de Pinar del Río, rampas de misiles balísticos de alcance medio SS-4 (R-12) y facilidades para el despegue de bombarderos con presumible capacidad nuclear. El 22 de octubre, con el respaldo de los aliados de la OTAN, Kennedy decretó la "cuarentena" naval de Cuba y advirtió que el intento por la flota soviética de violentar la zona de exclusión constituiría un casus belli. El 26 de octubre Castro, en una misiva confidencial, urgió al líder soviético a ser el primero en accionar el botón nuclear para repeler una agresión armada estadounidense que creía inminente. El 28 de octubre, Jrushchev, al contrario de lo que su belicoso aliado cubano le pedía, y temeroso de las consecuencias, indudablemente catastróficas, de un enfrentamiento nuclear directo con Estados Unidos, cedió ante la firmeza de Kennedy y ordenó a sus barcos dar media vuelta. Más tarde, las dos superpotencias llegaron a arreglos por su cuenta. Por de pronto, a cambio de la retirada por la URSS de sus misiles de Cuba, Estados Unidos levantó el bloqueo naval, el 20 de noviembre, y se comprometió a no invadir o financiar la invasión de la isla. Posteriormente, los norteamericanos retirarían de manera discreta los misiles intermedios de la clase Júpiter que tenían instalados en Turquía y que apuntaban a las ciudades soviéticas, un despliegue muy amenazador, también en sus mismas narices, que había empujado a Jrushchev a aceptar la propuesta, planteada en julio en Moscú por una delegación cubana encabezada por Raúl Castro, de la instalación de los SS-4 y la arribada de miles de técnicos y militares soviéticos para disuadir a Estados Unidos de la repetición de agresiones como la de bahía de Cochinos. Para la opinión pública internacional, Castro no sólo había sido el convidado de piedra en el desenlace pacífico de la angustiosa crisis de los misiles, sino que antes había jugado con fuego al convertir a Cuba en la punta de lanza del dispositivo militar soviético, trastornando seriamente la balanza estratégica de la Guerra Fría y arrojando a la seguridad del mundo y la de su propio país unos riesgos inasumibles. 5. Supresión de la oposición internaAntes de que Castro definiera el carácter comunista de la Revolución, ya en los primeros meses de la misma, empezaron a oírse quejas y acusaciones de "traición" por parte de algunos camaradas que habían luchado a sus órdenes en la Sierra Maestra. Estos revolucionarios, presentados en la actualidad por una corriente historiográfica crítica como "demócratas genuinos", se sintieron decepcionados por los tempranos coqueteos del Gobierno Revolucionario con el PSP y denunciaron lo que consideraban el embrión de un régimen dictatorial, totalmente desviado de los propósitos nacionalistas y democráticos por los que habían luchado. La reacción de Castro frente a estas críticas internas fue fulminante: purgó a todos los comandantes barbudos que no estaban dispuestos a aliarse con los comunistas y cubrió los puestos clave de la Administración y el Ejército con ex guerrilleros adheridos a la línea que deseaba imponer. La caída en desgracia más sonada fue la de Hubert Matos Benítez, comandante del Regimiento 2 Agramonte en Camagüey y opuesto a las directrices socialistas; detenido el 21 de octubre de 1959, en diciembre Matos fue juzgado por traición y condenado a 20 años de cárcel, pena que cumplió íntegramente y a cuyo término, en 1979, fue autorizado a exiliarse en Florida, donde organizó un grupo anticastrista. Otro ilustre represaliado bajo la etiqueta de traidor fue el ex comandante del Ejército Rebelde y ex ministro de Agricultura (cargo desde el que había aplicado la reforma agraria) Humberto Sorí Marín, quien fue sumariamente ejecutado en las horas posteriores al desbaratamiento de la invasión anticastrista de playa Girón, junto con otros conspiradores. Una semana después de la detención de Matos se produjo el desvanecimiento en un accidente aéreo de Camilo Cienfuegos, una de las figuras más emblemáticas de la Revolución y cuya popularidad rivalizaba con la de Castro, mientras regresaba a La Habana desde Camagüey, a donde había ido precisamente a arrestar a Matos siguiendo las órdenes del comandante en jefe. El Gobierno certificó la muerte de Cienfuegos, pero su cuerpo y la avioneta en la que viajaba nunca aparecieron. Las incógnitas sin resolver del misterioso siniestro abonaron en medios del exilio y la oposición todo tipo de teorías, jamás demostradas, sobre una eliminación del querido Comandante del Pueblo por mantener diferencias con los hermanos Castro, un atentado de la CIA o incluso una lamentable confusión de la defensa antiaérea cubana. La progresiva personalización en Castro del régimen fue pareja a una represión política considerable, mediante la cual aquel pretendió mostrar el carácter radical y expeditivo de la Revolución. Desde los primeros días quedó sin efecto el hábeas corpus para los delitos de tipo político, lo que permitió a las fuerzas de seguridad mantener a muchos detenidos bajo arresto indefinido y sin juicio. Otros reos fueron prontamente juzgados por tribunales revolucionarios y, no pocos de ellos, condenados a muerte y fusilados. Dos organismos de seguridad, la Dirección de Seguridad del Estado (DSE) y la Dirección Especial del Ministerio del Interior (DEM), estuvieron fuertemente involucrados en las represalias. A nivel personal, el Che y Raúl Castro jugaron un papel fundamental en la planificación y la ejecución de los "ajusticiamientos", de acuerdo con la terminología oficial. El propio Castro reconoció la comisión de unos 550 fusilamientos de reos de diversos delitos contrarrevolucionario sólo entre enero y abril de 1959. Sin embargo, investigaciones de denuncia elevan a varias miles, sin ponerse de acuerdo sobre el número estimativo (algunas fuentes hablan de 15.000), las ejecuciones perpetradas hasta 1962. La mayoría de las víctimas fueron coagentes civiles y militares de Batista, particularmente odiados por la población, y exiliados anticastristas capturados en los numerosos sabotajes, atentados e infiltraciones de tipo comando orquestados por la CIA. Muchos miles más conocieron los centros de detención, la cárcel y el trabajo forzado en granjas agrícolas. Semejante represión política desencadenó entre 1960 y 1961 una segunda ola de refugiados en Estados Unidos, que siguieron la estela de los que habían escapado en los primeros días de 1959 y muchos de los cuales ya no eran simplemente antiguos funcionarios y colaboradores de la dictadura batistiana. En las siguientes tres décadas, las expulsiones forzosas, los destierros voluntarios, las fugas por mar y las prácticas represivas más selectivas, amén de algunas medidas de gracia como la gran amnistía de noviembre de 1978 –aplicada tras unas históricas conversaciones entre el Gobierno y representantes del exilio-, que devolvió la libertad a 3.600 reclusos, iban a reducir el número de prisioneros desde las varias decenas de miles hasta los aproximadamente 700 presos políticos y de conciencia a comienzos de los años noventa, cuando el derrumbe soviético puso al régimen castrista contra las cuerdas. 6. Exportación de la Revolución a América Latina y estrechamiento de las relaciones con la URSSDesde 1959 la política exterior castrista se concentró en la propagación de la experiencia revolucionaria cubana a lo largo y ancho del continente. El 2 de septiembre de 1960 el comandante, en la denominada I Declaración de La Habana, y como respuesta a la censura emitida en Costa Rica por los cancilleres de la Organización de Estados Americanos (OEA) ante la apertura de relaciones diplomáticas con la URSS, oficializó la nueva doctrina internacionalista al tiempo que llamó a las fuerzas populares de América Latina a sublevarse contra el imperialismo estadounidense. Como se anticipó arriba, Castro empezó por despachar pequeños grupos guerrilleros a varios países de América Central y el Caribe, escenarios de algunas de las más implacables dictaduras personalistas del planeta (las satrapías familiares de los Somoza en Nicaragua, los Duvalier en Haití y los Trujillo en la República Dominicana), para fomentar la subversión revolucionaria. Esta indudable infiltración castrista o filocastrista, unida al celo geopolítico patrimonialista de Estados Unidos, desató en la región una fiebre anticomunista sin precedentes. Con no pocas exageraciones sobre su verdadera capacidad para derribar gobiernos y confusiones más o menos deliberadas con los movimientos de izquierda autóctonos -tanto partidos políticos legales como grupos insurgentes que planteaban reivindicaciones legítimamente democráticas-, la asechanza cubana, perfectamente engarzada en el clima maniqueo y paranoico de la Guerra Fría, fue esgrimida por Estados Unidos y sus aliados continentales como un útil espantajo para la remoción de gobiernos democráticos y la imposición de soluciones autoritarias y militares en diversos países del hemisferio. Mayor relieve adquirió el envío de apoyo material a los movimientos guerrilleros de los países andinos de América del Sur. Ahora bien, la estrategia concebida por el Che -y predicada por él con el ejemplo marchándose a combatir, fusil en mano, a los gobiernos del Congo y Bolivia- de crear "muchos Vietnam" o "focos guerrilleros" en diversos frentes de lucha topó con la preferencia soviética, bastante más conservadora y prudente, de actuar a través de los partidos comunistas establecidos, que desdeñaban la lucha armada en favor de la táctica política y que no desperdiciaban la ocasión, si la ley se lo permitía, de integrarse en el juego parlamentario. Irritado por el desenlace a sus espaldas de la crisis de octubre de 1962, que le pareció humillante para Cuba y la causa de la revolución socialista, Castro acusó a Moscú de estar volviéndose capitalista por apoyarse en los estímulos materiales. Hasta 1968 las relaciones cubano-soviéticas estuvieron tachonadas de dificultades debido a los distintos enfoques de la praxis comunista y a las divergencias de análisis sobre la oportunidad y las posibilidades de propagar la ideología revolucionaria a aquellos lugares del mundo donde imperaban situaciones de férula colonial, dependencia poscolonial o sumisión al omnipresente "imperialismo yanqui". Con todo, los tratos de cara al público no perdieron cordialidad, mientras que los intercambios económicos continuaron desarrollándose hasta permitir atisbar la característica clientelista que sería predominante en las dos décadas siguientes. El líder cubano visitó la URSS dos veces en este período, entre el 27 de abril y el 3 de junio de 1963 y luego del 12 al 23 de enero de 1964. La primera estancia, extraordinariamente prolongada, fue una verdadera gira triunfal en la que Castro recibió el agasajo de sus anfitriones. Así, Jrushchev le concedió el título de Héroe de la Unión Soviética, la Estrella Dorada y el honor de pasar revista con él al desfile del Primero de Mayo en la Plaza Roja de Moscú. En el comunicado conjunto de las conversaciones celebradas la URSS reiteró su compromiso de defender a Cuba en caso de ser atacada. Las discrepancias remontaron vuelo en enero 1966 con motivo de la Conferencia Tricontinental, que reunió en La Habana a movimientos de liberación nacionales de unos 70 países de Asia, África y América Latina. A la URSS, celosa valedora de las esferas de influencia, le pareció que provocar a Estados Unidos con proselitismo revolucionario desde una isla rebelde en mitad de su patio trasero era sumamente peligroso para las relaciones internacionales. Tres meses después, en el XXIII Congreso del PCUS, la delegación cubana se atrevió a criticar a los camaradas soviéticos por no implicarse a fondo en la guerra de Vietnam, ayudando decisivamente a la guerrilla comunista sudvietnamita del Viet-Cong y al Gobierno de Ho Chi Minh en Hanoi. En junio de 1967 el primer ministro soviético, Aléksei Kosygin, explicó a Castro en La Habana que su país de ningún modo apoyaría guerras de liberación nacional en América Latina. La advertencia fue reiterada por carta por el sucesor de Jrushchev, Leonid Brezhnev: si los cubanos continuaban fomentando la revolución en el continente, los soviéticos podrían abstenerse de auxiliarles si se producía una invasión de los estadounidenses. En enero de 1968 la disputa llegó a su clímax por el juicio contra 35 miembros de la "microfracción" prosoviética del PCC, cuyo mentor era el ex dirigente del PSP Aníbal Escalante Dellundé –ya expulsado por "sectarismo" de las ORI seis años atrás-, todos los cuales fueron condenados a largas penas de prisión. Pero muy poco después, las ínfulas cubanas de autonomía se esfumaron ante la primera insinuación por Moscú de que podría cerrar el grifo del petróleo, vital para la economía isleña: bastó una sensible reducción de los suministros, que obligó al Gobierno a racionar los combustibles. El nuevo rumbo en las relaciones bilaterales lo marcó la actitud de Castro frente a la invasión soviética de Checoslovaquia en agosto de 1968. Contradiciendo las simpatías populares, el dirigente justificó el aplastamiento de la experiencia reformista de Alexander Dubcek por su carácter "contrarrevolucionario", si bien admitió que Moscú había violado el derecho internacional. Sus injerencias exteriores y su alianza con la URSS le acarrearon a Castro consecuencias muy negativas en el mismo concierto de países hispanos, que agravaron el bloqueo de Estados Unidos y le condenaron al aislamiento en su área geográfica. El venezolano Betancourt, en un radical cambio de actitud, arremetió duramente contra el líder cubano acusándole de estar azuzando la subversión local. El 11 de noviembre de 1961 Caracas rompió las relaciones diplomáticas y a continuación se puso a patrocinar toda moción de condena de la OEA. El 31 de enero de 1962 los cancilleres de la OEA, reunidos en Punta del Este, Uruguay, y sometidos a intensas presiones de Estados Unidos, aprobaron por 14 votos a favor y seis abstenciones expulsar a Cuba de su seno porque el carácter marxista-leninista de su Gobierno era "incompatible con los principios y propósitos del sistema interamericano" y porque el alineamiento del mismo con el bloque comunista "quebrantaba la unidad y solidaridad del hemisferio". El 26 de julio de 1964, esta vez a iniciativa de Venezuela, la organización panamericana decidió suspender las relaciones diplomáticas y comerciales con la isla, inclusión hecha de la interrupción de las comunicaciones marítimas y navales. Poco antes, el 14 de mayo, Estados Unidos había decretado el embargo de alimentos y medicinas. La sanción de la OEA fue aprobada por 15 votos contra cuatro, entre ellos el de México, país que nunca iba a cortar sus lazos diplomáticos con La Habana y cuyos presidentes del hegemónico Partido Revolucionario Institucional (PRI) mostraron a Castro una actitud amable dictada por el deseo de desmarcarse de la supremacía estadounidense y de subrayar la soberanía diplomática nacional. En cuanto a Canadá, no era miembro de la OEA y no mostró la menor intención de secundar a Estados Unidos en este asunto. En enero de 1976, en un tiempo en que ningún gobernante occidental quería o podía –por las presiones estadounidenses- viajar a la isla, Castro iba a recibir en La Habana con los brazos abiertos al primer ministro liberal del país norteamericano, Pierre Elliott Trudeau. Similar actitud independiente mostraron los países de Europa Occidental, no siendo una excepción la España de Franco, que, pese a su radical antagonismo ideológico con el castrismo y a algún incidente diplomático, nunca cortó los vínculos por poderosas razones históricas y culturales, no faltando los historiadores que aseguran que Castro y Franco se profesaban secretamente un cierto afecto, facilitado supuestamente por sus comunes raíces gallegas. En el continente europeo el único traspiés diplomático digno de reseñar fue la ruptura unilateral por la República Federal de Alemania en enero de 1963 debido a la aplicación por el canciller democristiano Konrad Adenauer de la Doctrina Hallstein, que negaba a todo país salvo la URSS el mantenimiento de relaciones simultáneamente con la RFA y la República Democrática Alemana; doce años después, rigiendo el Gobierno socialdemócrata de Helmut Schmidt, las relaciones diplomáticas fueron restablecidas. 7. Institucionalización de la Revolución y concentración de poderes en Castro Pasados los primeros años de la Revolución y dispersado el grupo original de comandantes –Cienfuegos estaba muerto, Matos purgaba su anticomunismo en la cárcel y el Che, idealista y dogmático, pensaba más en organizar agitaciones revolucionarias por su cuenta en África y Sudamérica que en su trabajo gubernamental como ministro de Industria-, a Castro se le planteó la necesidad de consolidar el régimen con la creación de órganos partidistas y estatales. Ya en julio de 1961 se formaron las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI) para aunar a los tres grupos que, desde diferentes frentes de lucha, habían propiciado la Revolución: el MR-26-7 de Castro, el PSP de Blas Roca Calderío y el Directorio Revolucionario 13 de Marzo, dirigido por el comandante Faure Chomón Mediavilla. Castro fue elegido secretario general de este germen de partido político. Al mismo tiempo, se crearon una serie de organizaciones sociales de masas con el objetivo fin de implicar a toda la población en las metas revolucionarias: los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC), la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), la Federación de Estudiantes de Enseñanza Media (FEEM), la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP) y la Unión de Pioneros de Cuba (UPC). Los CDR, la organización más conocida, surgieron el 28 de septiembre de 1960 por iniciativa de Castro a partir de diversos comités de barriada y otras unidades municipales con las funciones de vigilar a los residentes de su jurisdicción, identificar a contrarrevolucionarios y servir de hecho como un órgano auxiliar de la seguridad del Estado valiéndose de medidas preventivas la coacción y la delación. Con esta tan original como efectiva aportación, de inequívoco regusto totalitario, el castrismo adjudicó a los ciudadanos un rol activo en el proceso revolucionario. Los CDR desarrollaban también cometidos menos controvertidos, fundamentalmente la participación en una serie de labores de interés comunitario como las campañas de alfabetización y vacunación, la promoción del trabajo voluntario y la cooperación en el ahorro de recursos de consumo. El 26 de marzo de 1962 las ORI pasaron a denominarse Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC). El primer instrumento orgánico del régimen de partido único que el cubano era de hecho se dotó de un Directorio Nacional de 25 miembros y de un Secretariado de seis (los hermanos Castro, el Che, Dorticós, Blas Roca y Emilio Aragonés), y se planteó como principales objetivos la movilización del apoyo social al Gobierno y el fomento de la afiliación a las organizaciones de masas. El siguiente y definitivo paso en el proceso de institucionalización del régimen, devenido teóricamente una dictadura del proletariado, fue la fundación el 3 de octubre de 1965, el mismo día en que Castro leyó la carta de despedida del Che, del Partido Comunista de Cuba (PCC), cuya definición ideológica era tanto marxista-leninista como martiana. El Comité Central del PCC empezó a funcionar con un Buró Político de ocho miembros y un Secretariado de seis. Fidel, como primer secretario, Raúl, como segundo secretario, y el presidente Dorticós se sentaban en ambas instancias. El Buró lo completaban Juan Almeida, Guillermo García Frías, Armando Hart Dávalos, Ramiro Valdés Menéndez y Sergio del Valle Jiménez, mientras que el Secretariado lo completaban Blas Roca, Carlos Rafael Rodríguez Rodríguez y Faure Chomón. En febrero de 1973 el Secretariado se amplió a la decena de miembros con las incorporaciones de Isidoro Malmierca Peolí, Jorge Risquet Valdés-Saldaña, Antonio Pérez Herrero y Raúl García Peláez. La jerarquía fraterna de los Castro se mantuvo invariable en los congresos habidos desde entonces: el I, del 17 al 22 de diciembre de 1975; el II, del 17 al 20 de diciembre de 1980; el lII, del 4 al 7 de febrero de 1986; el IV, del 10 al 14 de octubre de 1991 (y, a diferencia de los demás, no celebrado en La Habana sino en Santiago); y el V, del 8 al 11 de octubre de 1997. El 15 de febrero de 1976 todos los cubanos fueron llamados a las urnas por primera vez en 17 años para pronunciarse en referéndum sobre la primera Constitución socialista de la Revolución, cuya redacción siguió las directrices aprobadas por el I Congreso del PCC dos meses atrás. Según los resultados oficiales, el 97,7% de los votantes aprobó un texto que reemplazaba a la Ley Fundamental de 1959 y que consagraba la exclusividad política del PCC en tanto que "vanguardia organizada de la nación cubana" y "fuerza dirigente superior de la sociedad y el Estado". Pese a definir a Cuba como un "Estado socialista de trabajadores", la Constitución respetaba el nombre oficial del país al no añadir la etiqueta de Socialista a la República de Cuba. El ordenamiento institucional del Estado experimentaba un cambio profundo: se creaban la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP), definida por la Constitución como la institución legislativa y el órgano supremo del Estado, y un Consejo de Estado, órgano ejecutivo colegiado emanado de aquella y formado por 35 miembros, a la cabeza de los cuales estaban el presidente, el vicepresidente primero, cinco vicepresidentes y un secretario. El presidente del Consejo de Estado era al mismo tiempo el presidente del Consejo de Ministros, nueva denominación del primer ministro. La Presidencia de la República, aún ocupada por Dorticós, quedó abolida y sus funciones pasaron al Consejo de Estado. El paso de un sistema de democracia directa a otro de democracia popular, semejante al existente en los demás países del bloque soviético, fue relegando los aspectos espontáneos o, dichos de otra manera, románticos de la Revolución en beneficio de un Estado fuerte y de un partido con monopolio del poder. A este proceso también se le denominó el "desmerengamiento" de un "socialismo tropical" que hasta ahora había subrayado mucho sus especificidades y diferencias con respecto a las demás experiencias del socialismo real. El 30 de junio de 1974 tuvieron lugar unas elecciones municipales y provinciales en la provincia de Matanzas que sirvieron de experimento anticipatorio del nuevo sistema. Tras la entrada en vigor de la Constitución, el 24 de febrero de 1976, se procedió a elegir los representantes de todas las asambleas del poder popular en los niveles municipal, provincial y nacional. Hasta la reforma constitucional de 1992, sólo los representantes de las asambleas locales fueron elegidos directamente por la población. A su vez, las asambleas locales se sustentaban en cada provincia y municipio en Consejos Populares de población y barriada. El 3 de diciembre de 1976, un día después de constituirse, la ANPP eligió con el 100% de los votos a Castro, miembro del hemiciclo en representación de Santiago, para presidir el Consejo de Estado con un mandato inicial de cinco años. Esta promoción suponía su confirmación automática en la presidencia del Consejo de Ministros. Al añadir a las jefaturas del partido, el Gobierno y las FAR la jefatura del Estado, Castro conformó un caso de concentración personalista y dictatorial de poder –por más que los teóricos ejercitadores del mismo eran el partido y la ANPP- sin parangón en el mundo, tanto entonces como en la actualidad. Su fidelísimo hermano Raúl, el ortodoxo cancerbero del régimen y el discreto factótum de un caudillo carismático y exuberante al que nadie podía hacer sombra, confirmó su condición de número dos como primer vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros. La primera reelección de esta estructura institucional tuvo lugar en 1981 y la segunda en 1986. 8. Sovietización de la economíaA cambio de su lealtad en los sucesos de Checoslovaquia, Castro se aseguró una ayuda masiva de la URSS para reorganizar la economía y emprender una nueva y ambiciosa implicación internacional, esta vez al servicio de los intereses estratégicos de la superpotencia. Al principio, Castro había intentado romper la dependencia azucarera, a la que con razón culpaba del subdesarrollo económico del país, mediante la industrialización y la diversificación del sector primario. Hasta 1959 la relación económica con Estados Unidos había sido de tipo neocolonial, ya que se basaba en el monocultivo de la caña azucarera y en unas cuotas de importación establecidas. Completando el círculo vicioso, a cambio de garantizar esas compras, Estados Unidos recibía facilidades arancelarias para sus productos de exportación, la más amplia gama de bienes de consumo y manufacturas industriales, a Cuba. El intento de crear un nuevo orden económico fracasó estrepitosamente por el caos que las medidas revolucionarias habían llevado al sistema de producción y por los criterios incongruentes, movidos por las convicciones ideológicas, las ansias de reparación social y el revanchismo político, a la hora de reclasificar las tierras de cultivo. Cuba andaba muy escasa de personal técnico y de trabajadores cualificados. Además, aún no se había establecido una dirección planificada de la economía. En octubre de 1963 una segunda ley ad hoc profundizó la reforma agraria liquidando la propiedad privada de aquellas tierras no afectadas por la ley de 1959; únicamente quedaron exentos de nacionalización los minifundios destinados al autoconsumo doméstico e incluidos en el terreno de la vivienda rural. Hacia 1964, Castro, esta vez con la plena asistencia de la URSS y copiando sus métodos de organización, volvió su atención a la zafra azucarera con la idea de convertir a Cuba en el gran suministrador del bloque soviético de este producto básico. Los conceptos de austeridad, disciplina y productividad, a costa incluso del cierre de espacios de ocio, iban a presidir el nuevo período. En julio de 1969, estimulando el voluntarismo revolucionario frente a los beneficios individuales y supervisando personalmente los trabajos sobre el terreno con un torrente de órdenes e instrucciones, Castro lanzó la gran zafra cubana, un plan para alcanzar la producción de 10 millones de toneladas de azúcar en la cosecha del año siguiente. Pese a la militarización de la población, al apabullante despliegue propagandístico de consignas aleccionadoras y a la concesión de prioridad absoluta a la empresa en las asignaciones presupuestarias (todo lo cual recordaba las campañas de movilización maoístas en la China Popular), los objetivos no se cumplieron y la cosecha se cuantificó en diciembre de 1970 en los 8,5 millones de toneladas, aún así un récord absoluto. Pero el gigantesco esfuerzo dejó exangües las arcas del Estado y descompuso otros sectores de la economía por la distracción de recursos. Este nuevo fracaso obligó a Castro a contemplar con más realismo las capacidades económicas de país. La consecuencia inmediata fue una inserción más ajustada en el mercado del bloque soviético, lo que supuso la progresiva reducción de los intercambios con Occidente, la adopción de planes quinquenales -el primero de los cuales, correspondiente al período 1976-1980, fue anunciado por el I Congreso del PCC en diciembre de 1975- y la definición de un marco rígido de la cooperación comercial con la URSS, conforme al sistema de reparto de especialidades productivas en el bloque del Este. La Revolución se había hecho, entre otras razones, para romper el neocolonialismo económico de Estados Unidos; ahora, Cuba renunciaba a cualquier veleidad de diversificación y ponía su economía enteramente en manos del gran aliado europeo. Oficialmente, se insistía en el carácter solidario, guiado por el internacionalismo proletario y no por los valores capitalistas, y de mutuo acuerdo de esta cooperación comercial, pero la aguda dependencia que para Cuba suponía no difería mucho de la servidumbre cara a Estados Unidos que había existido hasta 1959. Este esquema exclusivista y coyunturalmente muy privilegiado descansaba en un pilar que entonces se consideraba inamovible: la compra por la URSS de azúcar cubano a un precio hasta cuatro veces superior al del mercado internacional, y la venta de casi todo el petróleo que Cuba necesitaba a unos precios sensiblemente inferiores a los establecidos por la OPEP. Mientras Moscú paliara las fluctuaciones de los precios mundiales del azúcar con sus importaciones subsidiadas, no importaba que Cuba se superespecializara en la zafra, que la productividad real fuera muy baja, y que el subempleo y el absentismo laborales se hicieran crónicos. Pero la generosidad de la URSS con la Cuba castrista no se limitó a eso: le envió también una ayuda directa en forma de equipos productivos libres de pago, literalmente donaciones, y en préstamos a bajo interés cuya concesión no estaba condicionada al reembolso de los créditos previamente concedidos: se cargaban directamente al monto de una deuda externa que terminaría en el capítulo de impagados. Era tal el subsidio soviético de la economía cubana que a finales de los años ochenta, cuando el esquema empezó a resquebrajarse, Cuba obtenía el 40% de sus divisas de la reexportación del petróleo y otros derivados adquiridos a aquel país, mientras realizaba con él el 70% de sus transacciones comerciales. Para expresar su agradecimiento, el 2 de mayo de 1972 Castro se embarcó en una larga gira por el orbe soviético, visitando sucesivamente Hungría, Checoslovaquia, Rumanía, Polonia, Alemania Oriental, Bulgaria y, desde el 26 de junio, la propia URSS, donde firmó tres acuerdos comerciales, recibió la Orden de Lenin de manos de Brezhnev y se le comunicó la aceptación de la solicitud cubana de ingresar en el Consejo de Asistencia Mutua Económica (CAME o COMECOM), adhesión que fue aprobada por la organización el 11 de julio siguiente. El 7 de julio, tras recalar también en Argelia, Sierra Leona y Guinea, Castro estuvo de vuelta en La Habana. La Yugoslavia de Tito y la Albania de Enver Hoxha, los dos cismáticos del bloque comunista en Europa, fueron excluidos del recorrido pese a estar normalizadas las relaciones con ellos. En diciembre volvió a Moscú al frente de la delegación cubana con motivo del quincuagésimo aniversario del Estado soviético. 9. Ofensiva internacionalista con un rostro militarCastro fue la estrella de la IV conferencia-cumbre del Movimiento de países No Alineados (MNA), celebrada en Argel del 5 al 10 de septiembre de 1973, a los dos años de obtener Cuba la membresía en la organización. A diferencia del mandatario anfitrión, Houari Bumedián, que deseaba situar la organización en equidistancia entre las superpotencias, su homólogo cubano insistió en que los países socialistas del bloque soviético eran los aliados naturales del MNA y negó la naturaleza imperialista de la URSS. Asumiendo las tesis de Castro, la conferencia se cerró con una declaración de denuncia del "imperialismo agresivo" de Occidente por tratarse del "mayor obstáculo para la emancipación y el progreso de los países en desarrollo". Además, como gesto de apoyo y solidaridad con los palestinos, Castro anunció el 9 de septiembre la ruptura de las relaciones consulares de Cuba con Israel. En Argel, Castro se codeó con líderes árabes como el irakí Saddam Hussein, entonces vicepresidente de la república baazista, en cuyo país hizo una parada de cortesía antes de regresar a casa. En noviembre de 1974 recibió en La Habana a Yasser Arafat, al que comunicó el reconocimiento por Cuba de la OLP como la legítima representante del pueblo palestino. Castro se había convertido en el más elocuente abogado de la URSS en el Tercer Mundo, una vez asumidos sus principios de distensión y coexistencia pacífica entre los bloques. Brezhnev devolvió sus visitas a Castro con una histórica estancia en la isla entre el 28 de enero y el 3 de febrero de 1974, ocasión en la que el mandamás soviético manifestó el respeto de su país al "derecho de cada pueblo a evolucionar al socialismo de una manera soberana e independiente". En 1976 Castro volvió a visitar a Bumedián en Argelia, a Ahmed Sékou Touré en Guinea y, gran novedad, a Tito en Yugoslavia. En 1977 realizó otra gira por la Libia del coronel Muammar al-Gaddafi (al poco de inaugurarse las relaciones diplomáticas), de nuevo Argelia, Angola, Mozambique, Tanzania y Yemen del Sur. Todos estos países estaban dotados de gobiernos que practicaban alguna u otra forma de socialismo, aunque sólo algunos eran abiertamente prosoviéticos. Uno de los hitos del castrismo internacional fue la VI cumbre del MNA, celebrada entre el 3 y el 9 de septiembre de 1979 en La Habana, donde el comandante sostuvo una animada pugna con el anciano y achacoso pero aún lúcido mariscal Tito. Superviviente de la generación de líderes que acuñaron la opción tercerista de la no alineación con los bloques un cuarto de siglo atrás, el dictador yugoslavo se presentó como un purista partidario de mantener el estricto neutralismo del movimiento original; Castro, por contra, se reafirmó en sus tesis de Argel sobre la colaboración ineludible con el bloque soviético, al que Cuba pertenecía a todos los efectos, y de paso propuso la cancelación de la deuda externa de los países pobres. La conferencia terminó con un compromiso entre ambas tendencias y con la elección de Castro como presidente de turno del MNA hasta la siguiente cumbre, que tocaba celebrar en India en marzo de 1983. En los últimos días de 1979 La Habana volvió a alinearse incondicionalmente con Moscú al apoyar la ilegal invasión de Afganistán, país que era colega en el MNA. Pero Castro no se limitó a discursear. Las misiones integradas por varios miles de soldados, asesores de todo tipo, técnicos, profesores y médicos que Cuba despachó a Angola, Etiopía, Mozambique, Congo-Brazzaville, Argelia, Irak, Libia y Vietnam jugaron un papel estratégico de primer orden en la vigorizada Guerra Fría de la segunda mitad de los años setenta, cuando las superpotencias pusieron mucho empeño en medir sus fuerzas disputándose el control de los nuevos países descolonizados, básicamente en el continente africano. Atrás quedó la etapa, un tanto utópica, de las pequeñas y precarias tropas de revolucionarios idealistas idos a luchar a desmañadas insurgencias perdidas de antemano. El foquismo guevarista murió con su teórico y hacedor en la sierra de Bolivia en octubre de 1967. Las implicaciones internacionales de la ofensiva intervencionista cubana en la década de los setenta fueron sobresalientes para un país de diez millones de habitantes y una economía muy poco desarrollada y diversificada. Hasta comienzos de los años noventa, nada menos que 350.000 hombres y mujeres habían tomado parte en las numerosas misiones en África, y en 1982 todavía unos 70.000 soldados, asesores militares y cooperantes civiles estaban repartidos en 23 países, la mayoría en Angola. Raúl Castro, como general y ministro de las FAR, fue el cerebro de las operaciones. El PCC justificó tamaño despliegue humano y material como la "subordinación de las posiciones cubanas a las necesidades internacionales de la lucha por el socialismo y la liberación nacional de los pueblos". En otras palabras, Cuba sacrificaba sus mejores recursos por pura generosidad revolucionaria. El caso fue que, al involucrarse en sus problemas internos, Castro determinó el curso de la historia de más de un Estado africano. Las tropas cubanas, muy profesionales, disciplinadas y motivadas, se revelaron decisivas para el sostenimiento en Angola en 1975 del flamante Gobierno prosoviético de Agostinho Neto y el partido MPLA frente a los embates de la guerrilla UNITA, financiada y armada por Estados Unidos y Sudáfrica. Y no lo fueron en menor medida para el régimen militar marxista de Etiopía, combatido por los secesionistas eritreos, guerrillas anticomunistas y el Gobierno rival de la vecina Somalia. En septiembre de 1977 el Ejército somalí invadió la desértica región de Ogadén con la intención de anexionársela, pero en marzo de 1978 fue repelido y derrotado merced a una enérgica contraofensiva de las tropas etíopes y cubanas, que contaron con la asesoría y coordinación de oficiales soviéticos y germanoorientales. El 13 de septiembre de aquel año Castró visitó al dictador etíope, Mengistu Haile Mariam, para asistir juntos a una triunfal parada militar en Addis Abeba. Todas estas participaciones militares permitieron la progresión de la URSS en el tablero de ajedrez africano, donde las tropas cubanas jugaron un papel de peones de excepción, de verdadera fuerza de vanguardia por delegación. Sólo la Operación Carlota en Angola, comenzada con logística soviética el 5 de noviembre de 1975, una semana antes de declararse la independencia de la ex colonia portuguesa, comprometió a 20.000 soldados; dos años después se enviaron otros 18.000 a Etiopía. Aparte sus ganancias estratégicas y de prestigio, a Cuba este voluntarismo exterior a gran escala le costó miles de muertos y mutilados de guerra, y un tremendo esfuerzo económico que terminaría pasando factura. 10. El final de la cuarentena diplomáticaA pesar del cerco implacable de Estados Unidos y de las múltiples acusaciones de injerencia en sus asuntos internos, desde principios de los años setenta varios países americanos advirtieron lo artificioso que resultaba seguir ignorando al régimen castrista, que estaba sólidamente asentado en el poder y que gozaba de un indudable apoyo popular. El primer país en dar el paso fue el Chile del socialista Salvador Allende, restableciendo las relaciones diplomáticas el 12 de noviembre de 1970. Luego, del 10 de noviembre al 4 de diciembre de 1971, Castro visitó el país austral (con gran escándalo de la derecha chilena y levantando una protesta que condujo a la declaración del estado de emergencia), donde alabó la experiencia del Frente Popular. En la vuelta aprovechó para hacer escalas en Perú y Ecuador, donde se entrevistó respectivamente con el general y gobernante de facto Juan Velasco Alvarado, protagonista de una singular experiencia militar-nacionalista-revolucionaria, y el presidente José María Velasco Ibarra, un veterano exponente del caudillismo populista y tradicional. Esta minigira de Castro supuso su primer viaje al exterior desde 1964 y el primero a Sudamérica desde 1959. El 13 de diciembre de 1972 Allende le devolvió la visita, convirtiéndose el chileno en el primer presidente americano que arribaba a la isla desde el triunfo de la Revolución. En estos encuentros Castro informó que ya no excluía otras vías que no fueran la guerrillera para realizar el proyecto revolucionario, admitiendo que cada país lo desarrollara en función de sus peculiaridades. Tales eran los casos de Chile o Jamaica, a través de elecciones, y de Perú, Bolivia y Ecuador, merced a una nueva mentalidad militar. El golpe de Estado de Augusto Pinochet en septiembre de 1973 supuso la fulminante ruptura de las relaciones con Chile, pero otros países siguieron el camino abierto por el malogrado Allende. El 8 de julio de 1972 Perú fue el segundo país en intercambiar embajadores, meses después de presentar una moción en la OEA para que los estados miembros decidieran individualmente su política de relaciones con Cuba. En aquella ocasión, junto con Perú votaron a favor Chile, Ecuador, México, Panamá, Trinidad y Tobago y Jamaica, mientras que Barbados, Argentina y Venezuela se abstuvieron. Los demás estados miembros se atuvieron a la línea de firmeza predicada por Estados Unidos y votaron en contra. En diciembre de 1972 cuatro países caribeños, Jamaica, Barbados, Guyana y Trinidad y Tobago (los dos últimos visitados por Castro camino de la cumbre del MNA en Argel), establecieron las relaciones diplomáticas. El 28 de mayo de 1973 fue Argentina quien dio el paso, tras once años de interrupción y como colofón esperado a las excelentes relaciones personales entre Castro y Juan Domingo Perón. En 1974 otros tres países reanudaron las relaciones: el 22 de agosto, Panamá, regida por otro caudillo amigo, el general Omar Torrijos; el 30 de noviembre, Bahamas; y el 29 de diciembre, en una sonada reconciliación, Venezuela, por decisión de su nuevo presidente, Carlos Andrés Pérez, a la sazón correligionario y sucesor de Betancourt. Finalmente, el 29 de julio de 1975, la OEA acordó levantar el boicot a Cuba y autorizó a sus miembros a determinar por sí mismos la naturaleza de sus relaciones con el país. La resolución salió adelante con 16 votos favorables, las abstenciones de Brasil y Nicaragua, y los únicos votos en contra de Chile, Uruguay y Paraguay. El hecho de que Estados Unidos votara a favor permitió vislumbrar un cambio de tono en su actitud hacia Cuba. El nuevo presidente republicano, Gerald Ford, y el secretario de Estado, Henry Kissinger, dieron a entender que estaban dispuestos a abordar el levantamiento del embargo comercial y el restablecimiento de las relaciones diplomáticas. Durante meses se negoció secretamente en esa dirección, pero sin resultados aparentes. En abril de 1976 Kissinger anunció que no había posibilidad alguna de normalizar las relaciones debido a la intervención cubana en Angola. En octubre siguiente, el atentado terrorista perpetrado por exiliados anticastristas y agentes venezolanos de extrema derecha liderados por el agente de la CIA Luis Posada Carriles contra un aparato de Cubana de Aviación frente a las costas de Barbados, en el que murieron los 73 ocupantes (la mayoría, nacionales cubanos, incluidos los miembros del equipo juvenil nacional de esgrima al completo), terminó de evaporar cualquier posibilidad de entendimiento con la Administración Ford. En 1977, la asunción presidencial de demócrata Jimmy Carter, menos obsesionado con la contención del comunismo que sus predecesores (y sucesores), y pese a los alardes belicistas cubanos en África, deparó un significativo relajamiento de las tensiones. Dos fechas clave en esta nueva etapa fueron el 3 de mayo, cuando se establecieron relaciones a nivel consular, se aprobaron ciertas mejoras en las comunicaciones civiles y se eliminaron algunos capítulos del bloqueo, y el 1 de septiembre, cuando se abrieron oficinas diplomáticas (oficialmente, "oficinas de intereses") en las respectivas capitales, usando para tal fin la Embajada de Suiza en La Habana y la Embajada de Checoslovaquia en Washington. México fue un país indeclinablemente amigo en las décadas de los setenta y los ochenta. Visitaron Cuba los presidentes Luis Echeverría en 1975, José López Portillo en 1980 y Miguel de la Madrid en 1986. A su vez, Castro fue acogido dos veces por López Portillo, un mandatario particularmente afectuoso, en la isla de Cozumel en mayo de 1979 y agosto de 1981. Hasta finales de los años noventa, más países del hemisferio fueron normalizando parcial o totalmente sus relaciones diplomáticas con Cuba, algunas mediadas por rupturas temporales en los años ochenta: Colombia (marzo de 1975); Ecuador (agosto de 1979); Bolivia (al nivel de encargados de negocios en enero de 1983 y al nivel de embajadores en diciembre de 1989); Uruguay (octubre de 1985); Brasil (junio de 1986); Chile (al nivel consular en julio de 1991 y al nivel de embajadores en abril de 1995); Costa Rica (al nivel de oficina de intereses en enero de 1995 y al nivel consular en 1999); Haití (febrero de 1996); Paraguay (al nivel consular en agosto de 1996 y al de embajadores en noviembre de 1999); República Dominicana (a nivel consular en 1997 y con rango diplomático desde 1998); Honduras (al nivel de oficina de intereses en 1997 y al nivel de embajadores en enero de 2002), y Guatemala (enero de 1998). 11. Tensión en el Caribe y repliegue internacionalEl cambio de Administración en Estados Unidos en enero de 1981 y el simultáneo agravamiento de la situación política en Centroamérica y el Caribe echaron por tierra el principio de entendimiento y colaboración alumbrado durante el cuatrienio de Carter. Como si de un retorno a las tensiones de los años sesenta se tratase, el Gobierno republicano de Ronald Reagan volvió a prohibir los viajes de ciudadanos estadounidenses a la isla, dio alas a los grupos anticastristas radicados en Miami más intransigentes –en particular la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA), puesta en marcha en 1981 por Jorge Más Canosa- y acusó a Castro de azuzar por doquier movimientos revolucionarios, que en el análisis de Washington estaban incuestionablemente infectados de marxismo y eran meras expresiones del imperialismo soviético. La presencia cubana se hizo notar en la Jamaica del primer ministro parlamentario Michael Manley y en el Surinam del dictador militar Dési Bouterse. En julio de 1979 Castro contempló como un acontecimiento esclarecedor el triunfo de la revolución sandinista en Nicaragua: era la primera vez en veinte años que sucedía en el continente un acaecimiento comparable al hito del que él era artífice en Cuba. La Habana no vaciló en prestar una ayuda material considerable a la nueva Junta de Gobierno de Managua, así como algo más que un simple discurso solidario a la guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en El Salvador. El 18 de julio de 1980 Castro asistió en Managua a los actos del primer aniversario de la caída de la dictadura somocista y expresó al Frente Sandinista de Salvación Nacional (FSLN) el compromiso de Cuba con la nación hermana, materializado con el envío de armas adquiridas al bloque oriental y de cientos de consejeros civiles y militares. De una manera bastante más discreta que en las guerras africanas, este dispositivo asistió al Gobierno sandinista durante la guerra civil que le enfrentó a la Resistencia Nicaragüense o Contra, sostenida por Estados Unidos. Entre tanto, el FMLN había fracasado en su intento de conquistar el poder en El Salvador a través de una ofensiva fulminante, pero continuó librando la guerra con los gobiernos conservadores en parte gracias a las remesas de armas provenientes de Cuba. A lo largo de 1980 y 1981, la escalada del apoyo cubano a los movimientos insurgentes centroamericanos provocó un notable deterioro de las relaciones hemisféricas. Colombia, Venezuela, Costa Rica (y la misma Jamaica, a raíz de la derrota electoral de Manley), bien rompieron las relaciones, bien retiraron sus embajadores con carácter temporal. Al finalizar la década, la desaparición de los regímenes amigos de Manuel Antonio Noriega en Panamá –por la intervención militar de Estados Unidos- y de Daniel Ortega en Nicaragua –por veredicto democrático de las urnas- volvió a dejar a Castro aislado en la región caribeño-mesoamericana, excepción hecha de la solidaridad de los mexicanos. Estrechamente ligada al clima de tensión que empezaba a respirarse en la región estuvo la crisis de los marielitos de abril de 1980. Ese mes, hasta 130.000 cubanos, aprovechando el relajo temporal de las restricciones migratorias y a remolque del allanamiento de la Embajada peruana por 10.000 peticionarios de asilo político, se lanzaron desde el puerto de Mariel en dirección a Florida a bordo de todo tipo de embarcaciones. La estampida, protagonizada por jóvenes nacidos después o inmediatamente antes de 1959, puso en aprietos la propaganda oficial sobre el arraigo de una "nueva mentalidad" revolucionaria sujeta a los estímulos morales en lugar de los materiales. Sin embargo, la reacción de Castro fue no obstaculizar un éxodo masivo que servía como válvula de escape de los descontentos y los desafectos. Así, los medios oficiales se congratularon de que el país se librara de "gusanos", "traidores" y demás "lumpen". Además, la crisis de Mariel puso a Estados Unidos ante el compromiso de aceptar a todos los que llegaban a sus costas, entre los que se encontraban numerosos delincuentes comunes, para no traicionar sus anteriores garantías y satisfacer al influyente lobby de los exiliados anticastristas. La Administración Reagan se vio obligada, en el primer momento, a poner en marcha un vasto dispositivo de rescate y acogida de la llamada "Flotilla de la Libertad", y posteriormente, a negociar con La Habana. Como resultado, en marzo de 1984 los dos países adoptaron unos acuerdos migratorios que establecieron cuotas anuales de visados de entrada para ciudadanos cubanos. La presencia militar de Cuba allende sus fronteras inició su ocaso el 25 de octubre de 1983 en Granada, cuando 8.000 soldados de Estados Unidos, secundados por unidades simbólicas de varios países caribeños, derrocaron el régimen procubano instaurado por el primer ministro Maurice Bishop, asesinado días antes de la invasión. Los marines hicieron prisioneros a más de 600 obreros, técnicos y militares cubanos a los que pillaron por sorpresa construyendo instalaciones logísticas en la isla y luego los repatrió a La Habana de manera humillante. En la refriega murieron 24 cubanos, mientras que el oficial al mando de la misión, el coronel Pedro Tortoló Comas, y 42 de sus hombres consiguieron ponerse a salvo en la Embajada soviética. Para Castro, que empezaba a tomar medida de las dificultades económicas y del riesgo persistente de una agresión estadounidense, el fiasco de Granada fue la señal para ordenar el repliegue general. A las pocas semanas comenzó la repatriación de los consejeros de Nicaragua. A las diversas guerrillas izquierdistas del continente empezó a recomendárseles que sondearan la paz. Y por lo que se refería a África, él mismo se avino a facilitar arreglos políticos que permitieran el regreso de los costosísimos contingentes expedicionarios. En 1988, los acuerdos de paz cuatripartitos de Ginebra (8 de agosto) y Nueva York (22 de diciembre) sobre Angola, favorecidos por los nuevos vientos procedentes de Moscú y de los que fueron signatarios los gobiernos angoleño, cubano, estadounidense y sudafricano, establecieron un alto el fuego y un calendario de desmovilización de los contendientes que para Cuba comenzó en septiembre de 1989 con la evacuación de los 45.000 efectivos que seguían prestando servicios civiles y militares en el país africano. Los últimos expedicionarios de esta misión exorbitante reembarcaron el 25 de mayo de 1991. La aventura angoleña había costado a Cuba alrededor de 2.000 muertos y un total de 11.000 bajas, luctuoso balance humano que opacaba cualquier intento de cuantificar los gastos económicos. Gracias al ciclópeo esfuerzo cubano, el régimen comunista de Luanda pudo mantenerse en pie y perpetuarse en el poder tras las elecciones democráticas de 1992. Además, la política cubana en la zona fue valiosamente instrumental para la desocupación sudafricana de Namibia y el acceso de este territorio a la independencia en 1990. 12. Pérdida del aliado soviético, reformas contra la crisis y reacciones inmovilistas El 26 de julio de 1988 Castro, luego de haber sido recibido en Moscú -en febrero de 1986 y noviembre de 1987- con la cordialidad habitual, rechazó de manera oficial en un discurso la perestroika de Mijaíl Gorbachov, que calificó de "peligrosa" y de "opuesta a los principios del socialismo". El líder cubano era muy consciente de las serias consecuencias que podía acarrearle el repliegue estratégico de la URSS, que por necesidades internas ya no podía satisfacer los obsequiosos compromisos adquiridos con muchos países, tanto de su bloque como no alineados. La visita del dirigente soviético, del 2 al 5 de abril de 1989, transcurrió con las buenas maneras de quienes formalmente todavía eran aliados y camaradas en la familia socialista, y produjo la firma de un Tratado de Amistad y Cooperación valedero por 25 años, pero no sirvió para subsanar las profundas discrepancias ideológicas. Saltaba a la vista la inexistencia de cualquier química personal entre Castro y el más joven Gorbachov, que traía una mentalidad reformista y una visión de las relaciones internacionales enfocada a la liquidación de la Guerra Fría. Temeroso de un recorte de la ayuda soviética, el Gobierno adoptó en diciembre un acuerdo de cooperación y un protocolo comercial con la República Popular China, a la que hasta ahora, por mor de las lealtades de bloque, Cuba había ignorado ampliamente. Las ejecuciones el 13 de julio de 1989 ante el pelotón de fusilamiento del general de división Arnaldo Ochoa Sánchez -el más condecorado militar de las guerras africanas y veterano de Sierra Maestra-, el coronel Antonio de la Guardia y otros dos oficiales de menor rango como reos de "alta traición" por los cargos de comercio ilegal de marfil y diamantes, entre otras actividades ilícitas, estuvieron vinculadas a una faceta particularmente turbia del régimen en la que confluían clandestinamente los servicios de inteligencia cubanos, el tráfico de drogas a Estados Unidos y personajes tan infames como el dictador panameño Noriega y el narcotraficante colombiano Pablo Escobar, el poderoso jefe del cártel de Medellín. Pero observadores cercanos a la realidad cubana manifestaron sus sospechas de que lo que Ochoa estaba haciendo en realidad era conspirar para introducir en la isla reformas inspiradas en la perestroika y la glasnost soviéticas. El escándalo del general Ochoa motivó la destitución el 29 de junio del ministro de Interior y Seguridad, José Abrantes Fernández, otro general que durante muchos años había sido el jefe de escoltas de Castro; acusado de abuso del cargo, negligencia en el servicio, uso indebido de recursos financieros y ocultación de información, Abrantes fue condenado a 20 años de cárcel y como reo de reclusión murió de un infarto en enero de 1991. El 25 de junio de 1990 el Gobierno soviético decretó la introducción a partir del 1 de enero de 1991 de los precios del mercado internacional en los intercambios comerciales con Cuba. La extinción del PCUS a raíz del fallido golpe de Estado del 19 de agosto de 1991 en Moscú aceleró el corte de amarras y el abandono a su suerte de los gobiernos comunistas tributarios por Gorbachov, quien bastante tenía con intentar mantener a flote el propio Estado soviético y defender las cotas de poder que a marchas forzadas le estaba arrebatando el gran triunfador del contragolpe demócrata, el presidente ruso Borís Yeltsin. Si el Kremlin no había movido un dedo para impedir (cuando no las había instigado entre bambalinas) los derrumbes del Muro de Berlín y de todos los regímenes aliados de la Europa del Este, no cabía esperar mejor actitud para la lejana y pequeña Cuba. El ya provecto dictador caribeño debió contemplar estos acontecimientos revolucionarios al otro lado del Atlántico con una mezcla de estupor, amargura e indignación. Los peores augurios se vieron confirmados con el anuncio por Gorbachov el 11 de septiembre de 1991 de la retirada (concluida el 3 de julio de 1993) de los 7.000 efectivos soviéticos presentes en la isla, entre soldados, asesores y técnicos civiles y militares. La URSS moribunda se despedía de Cuba y dejaba a la Revolución a merced de Estados Unidos, que no tenía ninguna intención de, en un quimérico gesto recíproco, retirar sus tropas de la base naval de Guantánamo, operativa ininterrumpidamente desde 1903. Desde 1992 las repúblicas independientes herederas de la URSS no cortaron de raíz los antiguos vínculos cubano-soviéticos, pero solicitaron la renegociación de tarifas y cuotas, exigieron el pago en divisas fuertes o redujeron drásticamente los intercambios. La escasez de materias primas, bienes de equipo y todo tipo de productos industriales sólo podía ocasionar un daño devastador al producto nacional bruto y la oferta del consumo interno. En realidad, la economía cubana tenía encendidas todas las luces de alarma ya desde 1986. El país era incapaz de pagar siquiera los intereses de la deuda externa, nuevas campañas desastrosas de zafra obligaron a importar cientos de miles de toneladas de azúcar en el mercado internacional y las restricciones en los combustibles, muchos alimentos y otros productos de primera necesidad empezaron a notarse con fuerza. Para ventilar el mal ambiente creado por la crisis de Mariel, Castro había autorizado que el campesinado pudiera vender sus excedentes agrícolas en el mercado libre, y que algunos productos alimentarios fueran sacados de la cartilla de racionamiento y pasaran a comercializarse en las llamadas tiendas libres. En estos establecimientos la oferta de productos era mucho más surtida que en los comercios de titularidad estatal, pero a unos precios prohibitivos para la mayoría de la población. Se trató sólo de un amago de reforma. En el III Congreso del PCC Castro hizo un análisis muy crítico de la situación, denunciando el enriquecimiento de algunos campesinos y la pujante casta de los intermediarios, el despilfarro general de recursos, la hiperinflación burocrática y la indisciplina y desidia laborales. El 18 de mayo de 1986 los mercados de productos agrícolas al aire libre volvieron a ser ilegales tras seis años de funcionamiento. El, así llamado por la terminología oficial, "Período de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas", con su vuelta a los estímulos morales y al estatismo a ultranza, marcó el final de la medrosa "castroika", limitada a incrementar la oferta de bienes de primera necesidad. La crisis empezó a afectar a los logros de la Revolución más celebrados, a los que el régimen acudía constantemente para justificar su legitimidad: unos sistemas educativo (la alfabetización y la escolarización rozaban el 100%) y sanitario universales, gratuitos y además de alto nivel técnico, así como los avances producidos en toda una serie de indicadores sociales como el reparto de la renta nacional, la mendicidad, la mortalidad infantil y la esperanza de vida, que habían alcanzado posiciones cabeceras en el continente, superando con creces cuadros de desarrollo humano de otros países de la región que habían abrazado la democracia pluripartidista y la economía de mercado. Ahora bien, la oposición en el exilio y la disidencia interna denunciaron que la Revolución había distribuido más pobreza que riqueza, y que el cacareado igualitarismo socioeconómico era una farsa desde el momento en que existía una casta de privilegiados con acceso a una amplia gama de bienes materiales e integrada exclusivamente por los capitostes del partido, los órganos estatales, las organizaciones de masas y las FAR. Ahora, incluso el andamiaje social del Estado amenazaba con desmoronarse, con el consiguiente riesgo de contestaciones y disturbios. En esta inquietante tesitura tuvieron lugar en enero de 1989 las celebraciones conmemorativas el trigésimo aniversario de la Revolución. Castro acuñó la consigna "socialismo o muerte", expresión de una voluntad numantina y de una rigidez doctrinal a las que la población tendría que acostumbrarse hasta la llegada de mejores tiempos. En octubre de 1991 el IV Congreso del PCC estudió la crítica situación económica y tomó varias decisiones: ratificó el sistema de partido único, aprobó el ingreso de los practicantes religiosos en el partido (lo que en la práctica supuso la relegación del ateísmo militante del régimen en favor del Estado aconfesional), decidió la reforma de la Constitución para la elección directa de la ANPP y definió el "período especial en tiempos de paz". Esta expresión aludía a la emergencia económica y establecía una serie de disposiciones para superarla, a acatar tanto por la ciudadanía, mediante el ahorro de consumibles y la búsqueda de fuentes de energía y medios de transporte alternativos como las bicicletas y la tracción animal, como por el Gobierno, que estaba obligado a introducir reformas estructurales, un Plan Alimentario que garantizase la autosuficiencia en ese terreno y el racionamiento draconiano de todo tipo de productos de consumo. Medios oficiales apuntaron las necesidades de formar empresas mixtas y joint ventures al 50%, a ser posible con capitales latinoamericanos, privatizar algunas empresas y bancos, flexibilizar el comercio exterior, atraer inversión extranjera y estimular la producción de bienes de consumo. Para ello, se abrirían mercados libres de productos industriales y artesanales (pero, por el momento, no agrícolas), en los que podrían participar empresas estatales, productores privados y trabajadores por cuenta propia luego de cumplir sus compromisos con el Estado. Esta reforma económica fue aplicada a través de sucesivos paquetes legales aprobados por la ANPP entre 1992 y 1995. El 26 julio de 1993, en el cuadragésimo aniversario del ataque a Moncada y en el año más crítico de la Revolución, como el propio régimen reconoció, la ANPP –recién emprendida su tercera legislatura, con dos años de retraso, ya que las elecciones que tocaban en 1991 quedaron postergadas- dio luz verde a los mercadillos agropecuarios ensayados entre 1980 y 1986, al trabajo por cuenta ajena y a un régimen de aparcería en el campo por el que los campesinos podrían destinar parte de su producción a los mercados libres. En agosto se autorizó la recepción de dinero desde el extranjero y se despenalizó la compraventa en dólares, con el objeto de captar divisas, angustiosamente escasas y vitales para las importaciones, y hacer aflorar un dinero oculto que había creado una situación deflacionaria por pura iliquidez. Esta última medida reconoció una realidad en auge en los últimos años, pues la divisa estadounidense garantizaba al cubano el acceso al mercado negro. Pero existía el peligro de crear una nueva clase de favorecidos, los propietarios de dólares obtenidos por diversas fuentes, aparte de las élites dirigentes. En noviembre de 1995 el régimen dio otro paso adelante al permitir el cambio de todo tipo de monedas extranjeras en el mercado abierto. Castro, para quien toda reforma pro mercado constituía una especie de rendición, aclaró que a lo que se daba luz verde era un conjunto de "medidas dolorosas para perfeccionar el régimen", y no una avanzadilla del capitalismo en Cuba. A partir de 1996 la etapa más cruda de la crisis dejó paso a un período algo menos acuciante gracias al desarrollo de una industria farmacéutica especializada en la fabricación y venta de vacunas contra enfermedades tropicales, a las exportaciones de níquel y, sobre todo, a la pujante industria turística, que en 1995 desbancó al azúcar como la principal fuente de ingresos brutos con una facturación de 1.000 millones de dólares. Aquel año la zafra sólo produjo 3,3 millones de toneladas de azúcar. En octubre de 1997 el V Congreso del PCC estableció la necesidad de acometer reformas estructurales en la economía, con la introducción de criterios de racionalidad y eficiencia, para diversificar la producción y desarrollar las exportaciones. Por otra parte, las enmiendas constitucionales aprobadas por la ANPP del 10 al 12 de julio de 1992 de acuerdo con lo decidido por el PCC en su IV Congreso facultaron la elección directa de los 601 diputados de la propia ANPP y los de las 14 asambleas provinciales. La elaboración de las listas de candidatos corrió a cargo de las organizaciones sociales vinculadas al PCC, que como tal no presentó listas, si bien este detalle era irrelevante. Aproximadamente dos tercios de las candidaturas correspondían a militantes del PCC o de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), pero el hecho de carecer de esos vínculos formales no convertía al resto de aspirantes en independientes. Las elecciones carecieron de dos condiciones esenciales en cualquier proceso político democrático: la libertad de opinión y crítica, y la existencia de candidaturas alternativas a las bendecidas por los poderes oficiales. El 24 de febrero de 1993, precedidos por las primeras elecciones municipales directas, celebradas el 20 de diciembre de 1992, tuvieron lugar los primeros comicios directos a la ANPP desde la creación de la institución en 1976, correspondientes a la IV Legislatura, con una participación oficial del 98,7%. Aunque el voto no era obligatorio, los CDR emplazaron a los ciudadanos a acudir a las urnas con sus coerciones habituales. Todos los candidatos ganaron el escaño al superar el 50% de los votos válidos. A falta de mayor información, estimaciones no oficiales cuantificaron los votos nulos y en blanco, solicitados por la oposición en el exilio, entre el 10% y el 30%. El 15 de marzo se constituyó la IV ANPP, cuya primera decisión fue elegir a Ricardo Alarcón de Quesada para presidir el hemiciclo y la segunda elegir el Consejo de Estado, donde los hermanos Castro fueron ritualmente ratificados por tercera vez consecutiva. Fidel se felicitó por el "clamoroso éxito" electoral, que había supuesto una "contundente victoria de la Revolución". 13. Prolongación del bloqueo estadounidense y de la represión interiorLos apuros económicos de Cuba hicieron pensar al acechante vecino del norte que con un empuje adicional el castrismo se derrumbaría. Los sectores derechistas del Congreso impulsaron varias iniciativas para apretar el dogal anudado hacía ya tres décadas, castigo que hasta la fecha no sólo no había hecho sucumbir al régimen, sino que lo había afianzado en el poder, ya que Castro siempre podía apelar al nacionalismo cubano y al espíritu de resistencia frente a un acoso injusto, a la vez que imputar al bloqueo, convertido en el perfecto chivo expiatorio, todas las calamidades económicas que el país padecía, sin faltar aquellas que objetivamente se derivaban de errores e incapacidades propios. En este sentido, las emisiones de propaganda anticastrista iniciadas en Miami por las estaciones Radio Martí en mayo de 1985 y TV Martí en marzo de 1990 resultaron completamente inútiles. En octubre de 1990, rigiendo la Administración republicana de George Bush, el Capitolio aprobó la Enmienda Mack, que prohibía cualquier transacción comercial con Cuba por parte de subsidiarias de compañías estadounidenses basadas en el extranjero. Justo dos años después, en octubre de 1992, entró en vigor la Ley Torricelli, oficialmente llamada Ley por la Democracia Cubana, que prohibía las operaciones comerciales ya vetadas por la Enmienda Mack, los viajes de ciudadanos estadounidenses a Cuba y el envío a la isla de remesas familiares, fuente de recursos económicos de primer orden. La crisis de los balseros de agosto de 1994, cuando 32.000 cubanos se lanzaron a una fuga desesperada a Florida en improvisadas embarcaciones a cual más precaria, obligó a la Administración demócrata de Bill Clinton a modificar la ley de asilo, que databa de 1966, para negar la concesión de ese derecho a los refugiados cubanos que llegaran sin visado, y a adoptar un plan de cuatro puntos endureciendo el embargo. Como en 1980, pero a menor escala, Castro enfrentó a Estados Unidos con sus contradicciones, pues si Clinton le acusó de exportar sus propios problemas y de no evitar la huida masiva de la población, hasta la víspera de la crisis las recriminaciones se habían fundado justamente en lo contrario. Pero también como entonces, el drama marítimo sirvió para atezar los motivos por los que se producían estas estampidas, que no eran otros que unas condiciones de vida insufribles por la degradación económica y la intolerancia política. En esta ocasión la chispa fue, el 6 de agosto, una revuelta popular prendida de manera espontánea en las calles de La Habana y en la que unos pocos miles de personas demandaron libertad antes de ser sofocadas por brigadas de civiles adictas al régimen. Durante esta agitación, Castro tuvo la iniciativa de bajar al Malecón habanero para impartir instrucciones in situ y apaciguar los ánimos. El 9 de septiembre de 1994 Estados Unidos y Cuba alcanzaron en Nueva York un acuerdo que cerró el contencioso migratorio. El primer país aceptaba conceder 20.000 visados anuales y devolver a la isla a todos los interceptados en el mar para que solicitaran el visado en origen y aguardaran su turno de partida, mientras que el segundo se comprometía a impedir nuevos éxodos de balseros. Un segundo acuerdo suscrito el 2 de mayo de 1995 extendió el régimen de visados a los refugiados en la base de Guantánamo, pero la mayoría republicana en el Congreso rechazó un entendimiento en el que entreveía el principio de un relajo del bloqueo. Así, el 21 de septiembre de 1995, la Cámara de Representantes aprobó un proyecto de ley iniciado por los senadores Helms y Burton encaminado a obstaculizar las inversiones y las relaciones comerciales con Cuba de empresas de terceros países, sobre las que pendería la amenaza de represalias económicas de Estados Unidos. La actuación de Clinton fue ambivalente: primero, el 6 de octubre, anunció más autorizaciones a particulares, periodistas y miembros de ONG para viajar a Cuba, pero al mismo tiempo negociaba con los republicanos la salida adelante de la Ley Helms-Burton en una versión más suavizada, hasta su aprobación por el Senado el 19 de octubre con el nombre de Ley para la Libertad Cubana y la Solidaridad Democrática. La situación experimentó un fuerte retroceso a raíz del derribo por la Fuerza Aérea Cubana el 24 de febrero de 1996 de dos avionetas de la organización anticastrista Hermanos al Rescate, dedicada a diseminar octavillas políticas por la isla, luego de ignorar los mensajes de advertencia de que estaban sobrevolando ilegalmente el espacio aéreo nacional, aunque la organización aseguró después que sus activistas se hallaban sobre aguas internacionales. En el ataque murieron los cuatro pilotos que gobernaban los aparatos. Dos días después del incidente, que mereció la condena internacional, Clinton anunció un paquete de medidas reforzando las sanciones y el 12 de marzo promulgó una nueva versión de la Ley Helms-Burton, que incluía una restricción original retirada antes de su aprobación senatorial en octubre: la posibilidad de que particulares estadounidenses se querellasen contra individuos y firmas extranjeras que hubieran invertido en propiedades confiscadas por el Gobierno Revolucionario a partir de 1959. Además, se impedía al presidente aligerar el embargo sin el permiso del Congreso. Al sustraerlo de la potestad ejecutiva de la Casa Blanca, el embargo a Cuba se convirtió de hecho en un artículo legal competencia de las cámaras legislativas. El conjunto de los países europeos y socios económicos fundamentales de Estados Unidos como Canadá y México rechazaron sin matices la Ley Helms-Burton por parecerles una intromisión flagrante en su soberanía económica y una violación de las regulaciones internacionales del comercio. En los últimos años de la Administración Clinton se produjo una tímida flexibilización (disposiciones de marzo de 1998, enero de 1999 y octubre de 2000) de unas sanciones que obedecían ya a motivos puramente ideológicos y emocionales, a un estado de ánimo hostil por principios, mantenido vivo por los poderosos sectores derechistas del Congreso y el lobby cubano-americano, que a razones objetivas de seguridad nacional, toda vez que Cuba hacía mucho tiempo que no entrañaba amenaza alguna para Estados Unidos. El arcaísmo de la Guerra Fría seguía justificándose con el argumento de la necesidad de forzar el cambio democrático en la isla, pero entonces no se entendía porqué Washington reconocía, cooperaba y hacía negocios con un buen número de dictaduras en todo el mundo, algunas mucho más represivas y con menos apoyo interno que la cubana. De hecho, numerosos colectivos -empresariales, financieros, culturales, periodísticos- presionaron a los poderes políticos de Washington para que se pusiera fin a un bloqueo que perjudicaba más que beneficiaba a Estados Unidos. Y si la Casa Blanca aducía las cuestiones de las violaciones de los Derechos Humanos y la falta de democracia, entonces bien podía acusársela de doble rasero, pues esos mismos déficits no impedían la normalización de relaciones con un país –por poner el ejemplo más clamoroso- como el igualmente comunista y dictatorial Vietnam, al que Estados Unidos, con notable pragmatismo esta vez, levantó el embargo comercial en 1994 antes de intercambiar el reconocimiento diplomático en 1995, 23 años después de terminar la intervención militar norteamericana en el país asiático. El 24 de noviembre de 1992, al poco de entrar en vigor la Ley Torricelli, Castro se apuntó su primera victoria diplomática en muchos años con la aprobación por la Asamblea General de la ONU de la primera resolución no vinculante de condena al embargo estadounidense. La resolución, presentada por el embajador cubano Alcibíades Hidalgo Basulto y admitida a debate gracias al mal ambiente que había generado el endurecimiento de las sanciones a Cuba, salió adelante con 59 votos a favor, 71 abstenciones y los únicos votos en contra de Estados Unidos, Israel y Rumanía. Entre los que votaron a favor en aquella ocasión estuvieron España y Francia por la parte europea, y México, Venezuela y Brasil por la latinoamericana. En lo sucesivo, el embargo fue impugnado puntualmente por la Asamblea General todos los años con un número creciente de votos afirmativos, hasta alcanzar casi la unanimidad condenatoria. En octubre de 2007, por decimosexta vez consecutiva, la institución aprobó la resolución con 184 votos favorables, cuatro votos contrarios y una abstención. El contrapunto a la postura procubana de la Asamblea General lo marcó en todo este tiempo, para cólera del régimen castrista, la Comisión de Derechos Humanos (desde 2006, Consejo de Derechos Humanos) de Ginebra, que en 1990, a instancias de Estados Unidos, empezó a censurar al Gobierno con regularidad por violar derechos fundamentales de sus ciudadanos como las libertades de expresión, movimiento y reunión, tal como constató por primera vez sobre el terreno una misión de indagación en 1989. Así, a partir de 1990 fueron recurrentes las campañas de persecución de disidentes (periodistas, intelectuales, activistas políticos y sociales) radicados en la isla y, aunque el número de presos considerados políticos había disminuido considerablemente, organizaciones como Amnistía Internacional y la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional subrayaron la persistencia de condiciones intolerablemente degradantes en las prisiones, abusos de todo tipo en los centros de detención y larguísimas penas de cárcel a personas condenadas por delitos tipificados como crímenes contra el Estado. La llegada en enero de 2001 a la Casa Blanca de George W. Bush, el décimo mandatario estadounidense que conocía Castro y uno de los peor dispuestos con él por su plataforma abiertamente derechista y neoconservadora, fue interpretada por La Habana como un regreso a los tiempos de dureza sin paliativos bajo el dictado de la ideología. Resultó patente la influencia en la nueva Administración de la FNCA, que, junto con los republicanos de Florida (gobernada por Jeb Bush, hermano del presidente), protestó enérgicamente contra la Ley de Reforma de las Sanciones Comerciales y Promoción de las Exportaciones (TSREEA), aprobada por el Congreso en octubre de 2000, que autorizaba ciertas exportaciones de productos agrícolas y medicinas no financiadas a cambio de su pago al contado. Con esta legislación, Estados Unidos, de inmediato, se convirtió en el primer suministrador de alimentos a Cuba. Tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, Castro transmitió su "dolor y tristeza" por lo sucedido y apeló a Estados Unidos a crear una "conciencia mundial" para luchar contra la "plaga" del terrorismo. La visita a la isla en mayo de 2002 del ex presidente Carter, quien reclamó tanto el levantamiento del bloqueo como la reforma democrática, fue considerada por el régimen tanto un espaldarazo a quienes, dentro de Estados Unidos, presionaban a la Casa Blanca para flexibilizar el embargo y avanzar hacia la normalización de las relaciones bilaterales, y percibida en medios diplomáticos y de la disidencia como una expresión de apertura informativa sin precedentes que podría preludiar cambios. Sin embargo, el 20 de aquel mes, al poco de despedir Castro a Carter en el aeropuerto de La Habana, Bush pronunció ante el exilio cubano en Miami, con motivo del centenario de la independencia en 1902, un duro discurso en el que retrató a Castro como un "tirano que ha convertido la isla en una prisión, usando métodos brutales para imponer una ideología en bancarrota", y prometió vetar cualquier intento por el Congreso de aflojar las sanciones, que seguirían en pie mientras en Cuba no se permitiera el pluralismo, se respetaran los Derechos Humanos y se garantizaran las libertades políticas y económicas. Bush, además, anunció nuevas restricciones a los viajes de estadounidenses y cubanos a la isla, así como el levantamiento de los impedimentos a la ayuda humanitaria, a condición de que se canalizara a través de ONG. Castro también se reafirmó en sus planteamientos y ordenó el cierre de filas. El 26 de junio de 2002, en un momento de cruda crisis económica en el contexto posterior al 11-S, con sus repercusiones extremadamente negativas para el turismo, las compras petroleras y las ventas de níquel y azúcar, que obligaron al Gobierno a decretar severas medidas de ahorro energético, a reconvertir drásticamente la industria azucarera y a elevar los precios de los productos en dólares, la ANPP aprobó una ley de reforma constitucional que declaraba "irrevocables" el carácter socialista y el sistema político y social revolucionario establecidos por la Carta Magna de 1976; Cuba, terminaba diciendo el ampliado art. 3 del Capítulo I, "no volverá jamás al capitalismo". También quedaban modificados el art. 11 del mismo capítulo, sobre el ejercicio de la defensa estatal, y el art. 137 del Capítulo XV, que prohibía toda ulterior reforma constitucional en lo referente al sistema político, económico y social, al ser este irrevocable. Las enmiendas eran una "digna y categórica respuesta a las amenazas del Gobierno imperialista de Estados Unidos", pero también a la iniciativa de la disidencia de reclamar a la ANPP la convocatoria de un referéndum -el llamado Proyecto Varela, coordinado por el disidente Osvaldo Payá- para introducir cambios democratizadores y decretar una amnistía política. Esta iniciativa opositora se había sustentado en la presentación de 11.000 firmas, pero la organizada por Castro llegó a la Cámara avalada por más de 8 millones de firmas ciudadanas, es decir, el 99% del censo electoral, amén de ser respaldada por una "gran marcha" nacional, celebrada el 12 de junio con la participación, según datos oficiales, de millones de personas (lo que la convertiría en la mayor movilización en la historia del país) y con el comandante en jefe, como en los mejores tiempos, de organizador, convocante y cabeza de manifestación. El 19 de enero de 2003 tuvieron lugar las terceras elecciones directas a la ANPP y el 6 marzo siguiente la Cámara, en el arranque de su VI Legislatura, reeligió a Castro al frente del Consejo de Estado por quinta vez consecutiva con mandato hasta 2008. La renovación institucional preludió una redada política seguida de juicios sumarísimos contra 75 acusados, periodistas y disidentes, por diversos supuestos de "conspiración" y "subversión", a los que les cayeron un total de 1.454 años de prisión, con sentencias que oscilaban entre los seis y los 28 años. Entre los reos estaba el periodista y poeta Raúl Rivero Castañeda, quien junto a una docena de compañeros de cautiverio iba a ser liberado en noviembre del mismo año por motivos de salud. También en abril de 2003 fueron ejecutados tres de los once secuestradores de una lancha de pasajeros que pretendían escapar a Florida, incidente sucedido a principios de mes en la bahía de La Habana. (Epígrafe en elaboración) 14. Una renovada presencia internacional: protagonismo y conflictos diplomáticos Desde los primeros años noventa, pese a las agudas dificultades internas y a la enemistad inveterada de Estados Unidos, Castro recobró paulatinamente su anterior posición conspicua en la palestra internacional, donde su figura, heroica y aleccionadora para algunos, anacrónica y recusable para otros, siguió ejerciendo una extraña atracción, de la que no podían sustraerse incluso aquellos que le consideraban el autócrata y el dictador por antonomasia. Los cubanos y el resto del mundo empezaron a contemplar una estampa humana insólita: la de un avejentado Fidel Castro, con el rostro surcado de arrugas y la barba encanecida, aunque animoso y en aparente buena forma física, despojado de su clásica guerrera y su gorra verde oliva, y vestido de civil con sobrios pero elegantes traje y corbata. A lo largo de la década, La Habana fue el destino de varias visitas históricas, de las que cuatro destacaron en particular: la realizada por el presidente y máximo dirigente comunista chino Jiang Zemin en noviembre de 1993, que marcó un nuevo comienzo en las hasta entonces anémicas relaciones chino-cubanas -debido al firme prosovietismo del régimen y no obstante existir vínculos diplomáticos normales desde septiembre de 1960- caracterizado por un súbito y vertiginoso aumento de las inversiones y los créditos, muy blandos, de Beijing; la del monarca español Juan Carlos I en noviembre de 1999, al hilo de la IX Cumbre Iberoamericana, en el primer viaje al país de un rey de la antigua potencia colonial en 500 años de historia compartida; la del presidente ruso Vladímir Putin en diciembre de 2000, que estuvo destinada a recomponer determinados aspectos de la antigua cooperación cubano-soviética; y la visita pastoral efectuada por el Papa Juan Pablo II entre el 21 y el 25 de enero de 1998, cuya especial significación merece un capítulo aparte. Con su respetuoso recibimiento al pie de la escalerilla del avión en el aeropuerto José Martí al sumo pontífice de la Iglesia Católica y jefe del Estado Vaticano, que antes de despedirse celebró un encuentro con clérigos y laicos en la Catedral de la Inmaculada Concepción y una misa en la Plaza de la Revolución de La Habana, Castro culminó el proceso de remoción de tabúes y prohibiciones religiosas, cuyo penúltimo paso había sido la restauración de la festividad oficial de la Navidad –tras 28 años de abolición- en diciembre de 1997, y de paso se apuntó un éxito de imagen que el régimen se afanó en explotar políticamente. Al pedir "que Cuba se abra al mundo con todas sus magníficas posibilidades y que el mundo se abra a Cuba", el Papa sintetizaba su mensaje mixto, por un lado, de crítica a la falta de pluralismo y libertades en la isla, y por el otro, de condena del embargo estadounidense. El anfitrión no desaprovechó la oportunidad para, con su característica crudeza verbal, calificar el embargo de "genocidio con el que se intenta rendir por hambre al pueblo cubano" y reiterar que era mejor "antes morir mil veces que renunciar a nuestras convicciones". Sectores de la oposición moderada y la disidencia encontraron prometedores la autorización a cientos de exiliados a regresar temporalmente para participar en el programa de actos papal y el indulto concedido a posteriori por el Consejo de Estado a 300 presos políticos y comunes –entre los que había trece presos de conciencia así considerados por Amnistía Internacional-, pero el aparente espíritu aperturista se disipó con rapidez. Un incontestable éxito diplomático de Castro fue la celebración en La Habana de la IX Cumbre Iberoamericana, el 15 y 16 de noviembre de 1999, en la que los jefes de Estado y de Gobierno asistentes –faltaron los mandatarios de El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Chile y Argentina- manifestaron su "enérgico rechazo a la aplicación unilateral y extraterritorial de leyes o medidas nacionales que infrinjan el derecho internacional e intenten imponerse en terceros países a sus propias leyes y ordenamientos", con mención expresa de la Ley Helms-Burton. El jefe del Estado cubano no tuvo inconveniente en reiterar el compromiso compartido de "fortalecer y hacer efectivo el funcionamiento de las instituciones democráticas, el pluralismo político, el Estado de derecho y el respeto de los Derechos Humanos y libertades fundamentales", a pesar de que su régimen hacía años que se había convertido en el último bastión de la dictadura en América. Precisamente desde su inauguración en 1991 en Guadalajara, México, Castro fue en todas las citas anuales de este ámbito intergubernamental la referencia número uno de los medios de comunicación, siempre ávidos de las palabras y los gestos del comandante, con el consiguiente malestar de sectores políticos de los países miembros y de algunos mandatarios asistentes, que consideraban escandalosa su presencia en el foro. El caso era que Castro, de una manera u otra, tendía a acaparar el protagonismo y a monopolizar, con su verbo incontenible, los debates multilaterales. Su participación en la II Cumbre, la celebrada en Madrid el 23 y el 24 de julio de 1992, supuso su primera estadía en España, si se descuenta la breve escala que hizo en Madrid el 16 de febrero de 1984. Días después de la cumbre, el 27 y el 28 de julio, acogido a la invitación cursada por la Xunta o Gobierno Autónomo de Galicia, Castro visitó la casa natal de su padre en la aldea lucense de Láncara, donde descubrió que en la zona aún residían algunas primas carnales. Ésta fue, de hecho, su primera estancia en un país europeo occidental, y supuso la devolución de la visita prestada a Cuba por el entonces presidente del Gobierno español, el socialista Felipe González, en noviembre de 1986. Su asistencia a la X Cumbre Iberoamericana, en Panamá el 17 y el 18 de noviembre de 2000, estuvo envuelta en el escándalo. Pocas horas antes de la inauguración del evento, el líder cubano convocó a la prensa para denunciar la presencia en la ciudad del istmo de "elementos terroristas organizados, financiados y dirigidos desde Estados Unidos por la Fundación Nacional Cubano-Americana, enviados a Panamá con el propósito de eliminarme físicamente". Al frente del comando ejecutor, pertrechado con armas y explosivos, Castro situó al insidioso Luis Posada Carriles, que se dispondría a dar el golpe maestro en su largo historial terrorista. Tratándose probablemente del estadista del mundo con más intentos de magnicidio a sus espaldas, la denuncia de Castro no debía ser tomada a la ligera. En agosto de 1998 el FBI estadounidense había desbaratado una conspiración de exiliados anticastristas para asesinarle en Santo Domingo. Y en julio de 1999 el propio Ministerio del Interior cubano había contabilizado nada menos que 637 planes de atentados, de los que más de un centenar llegaron a ejecutarse, contra la vida del comandante desde los primeros días de la Revolución hasta la década en curso, lo que un oficial del Ministerio describió como una "obsesión enfermiza". Urdidos por opositores en el exilio o directamente por la CIA, que llegó a recurrir a la Mafia, los planes de asesinato contemplaron todos los métodos y argucias imaginables, desde el regalo de puros explosivos (fórmula que se tornó imposible después de abandonar Castro el tabaco en los años setenta por prescripción médica) hasta el envenenamiento con cianuro disuelto en bebidas, pasando por la más clásica celada de francotiradores. Algunos de los métodos que llegaron a concebirse eran particularmente extravagantes, como colocar explosivos en una concha marina en el fondo del mar puesta al alcance del Castro buceador, o infectar su traje de submarinista con una bacteria asesina. Pues bien, en esta ocasión, los delincuentes también debían de tramar algo serio, ya que apenas tres horas después de elevar Castro la advertencia la Policía panameña, con los datos facilitados por la inteligencia cubana, detuvo en un hotel a Carriles y a otros tres cubano-americanos. Luego, una vez iniciada la cumbre, Castro se enzarzó en una agria discusión con su colega de El Salvador, Francisco Flores (un político de derecha al que casi doblaba la edad), al que reprochó que Carriles y sus secuaces fueran detenidos portando pasaportes salvadoreños, y al que llegó a acusar de conocer de antemano el complot por aquellos orquestado y de no haber hecho nada para frustrarlo. Flores, a su vez, implicó a Castro en la muerte de "tantos salvadoreños" por su apoyo a la guerrilla del FMLN y le echó en cara que se negara a suscribir la declaración de la cumbre, por él propuesta, en la que los presidentes condenaban el terrorismo de ETA y se solidarizaban con España por la violencia de la banda independentista vasca. Con semejantes recriminaciones, se entendía que Cuba y El Salvador siguieran sin tener relaciones oficiales de ningún tipo, ni siquiera al nivel de encargados de negocios. La delegación cubana justificó su desvinculación de la declaración porque no hacía una mención expresa al terrorismo anticastrista, tratándose Cuba de "la mayor víctima del terrorismo de Estado del mundo". En cuanto a la mandataria anfitriona de la cumbre, Mireya Moscoso, irritó asimismo a los cubanos por su negativa a atender la demanda de extradición de Carriles cursada por La Habana, que quería culminar su operación de espionaje y rastreo llevando al activista ante la justicia nacional para juzgarle por terrorismo y subversión. La actitud mostrada por Castro ante el terrorismo de ETA en la X Cumbre Iberoamericana, por otro lado, hizo descender nuevos grados a las relaciones con España, que atravesaban una etapa de auténtica gelidez. El primer encuentro de Castro con el nuevo presidente del Gobierno español, el conservador José María Aznar, fue con motivo de la VI Cumbre Iberoamericana, en Santiago de Chile y Viña del Mar el 10 y el 11 de noviembre de 1996, días después de crear en Madrid dirigentes del Partido Popular de Aznar y de la FNCA una Fundación Hispano-Cubana, presentada por los medios de comunicación como un verdadero lobby anticastrista. En Chile, Aznar notificó a Castro la postura crítica de su Gobierno sobre la situación de los disidentes y, en general, sobre la falta de libertades en el país caribeño, Poco después, España intentó que la Unión Europea endureciera la política común de los Quince hacia Cuba y Castro, airado, ordenó al Ministerio de Relaciones Exteriores retirar el plácet al embajador español, quien había declarado su disposición a recibir a miembros de la disidencia. A lo largo de 1997 y 1998 las relaciones hispano-cubanas se destensaron un tanto, aunque la cordialidad siguió brillando por su ausencia. El nombramiento de un nuevo embajador en La Habana, que esta vez sí recibió el plácet cubano, en abril de 1998 sirvió para desbloquear el diálogo bilateral. En octubre siguiente los presidentes se entrevistaron en Oporto, en el contexto de la VIII Cumbre Iberoamericana, y en el mismo Palacio de la Moncloa de Madrid. Entonces, se habló de "realismo" para normalizar las relaciones bilaterales. Pero la falta de sintonía por las diferencias ideológicas de fondo no tardó en resurgir. En noviembre de 1999, en la Cumbre Iberoamericana de La Habana, Aznar afirmó que no se daban las condiciones para una visita oficial del rey Juan Carlos y no ahorró gestos de frialdad hacia su anfitrión, además de reunirse con representantes de la disidencia. España volvió a endurecer su política exterior con Cuba, lo que se traducía en la supeditación de la cooperación al desarrollo a la constatación de avances en la democratización del régimen. Sin abandonar el continente europeo, en marzo de 1995 Castro fue recibido en París con todos los honores por el presidente François Mitterrand, intervino en la Asamblea Nacional francesa, visitó el Louvre y discurseó en la sede de la UNESCO. En noviembre de 1996 estuvo en Roma para participar en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación organizada por la FAO, reunirse con el primer ministro italiano, Romano Prodi, y, en un hecho sin precedentes, ser recibido en audiencia por Juan Pablo II -él, un "no creyente" confeso que incluso estaba excomulgado por la Santa Sede desde 1962- en la Basílica de San Pedro, el día 19, encuentro lleno de acentos cordiales y respetuosos que preparó el camino para el histórico viaje del pontífice a Cuba 15 meses después. Y como se comentó anteriormente, en octubre de 1998 Castro visitó Portugal con motivo de la VIII Cumbre Iberoamericana, siendo recibido por el presidente Jorge Sampaio. La extinción del bloque soviético empujó a Castro a reemplazar este apoyo exterior por una solidaridad transnacional latinoamericana que, si bien presentaba un carácter mas bien simbólico para las necesidades cubanas y además estaba ideológicamente sesgada, al menos alivió la sensación de aislamiento, hasta conseguir disolverla por completo. Por otra parte, fiel a su política de apoyo al Tercer Mundo, Cuba procuró mantener relaciones activas con numerosos países de África y Asia. En los primeros años noventa, cuando su economía se asomaba al colapso, el país perseveró en su cooperación internacional con los países en desarrollo, ayuda que era especialmente intensa en aquellos ámbitos donde la Revolución había producido logros innegables, esto es, la sanidad, la educación y el deporte. Castro y sus ministros encontraban enorgullecedor este porfiado ejercicio de generosidad internacionalista. Fuera de América y Europa, Castro se desplazó a Vietnam (por segunda ocasión, tras la visita efectuada en 1973), China y Japón en diciembre de 1995, y a Ghana y Sudáfrica en mayo de 1994. En este último país asistió a la asunción presidencial de Nelson Mandela, al que visitó de nuevo en septiembre de 1998 con motivo de la XII cumbre del MNA en Durban. En octubre de 2000 asistió en Montreal al funeral del ex primer ministro canadiense Trudeau. En mayo de 2001 realizó una gira por Argelia, Irán, Malasia, Qatar, Siria y Libia. Por lo que se refiere a las relaciones bilaterales con los países latinoamericanos y caribeños, el gobernante cubano desplegó un dinamismo político que fue paralelo a los progresos obtenidos por su personal diplomático, encargado de los aspectos técnicos. Junto con las cumbres iberoamericanas, las inauguraciones presidenciales fueron aprovechadas por Castro para intentar recomponer los vínculos a lo largo y ancho de un continente donde, a pesar de las abundantes normalizaciones diplomáticas producidas desde los años setenta, seguían siendo amplia mayoría los gobiernos que le observaban con circunspección y se relacionaban con él con mayores o menores reservas: los mandatarios que le dispensaban cordialidad y simpatías eran tantos como los que manifestaban una hostilidad por principios, es decir, muy pocos. En agosto de 1988 Castro asistió en Ecuador a la toma de posesión presidencial del socialdemócrata Rodrigo Borja. Se trataba de su primer desplazamiento a Sudamérica desde 1971. En diciembre del mismo año hizo lo propio en México, donde debutaba el priísta Carlos Salinas. En febrero de 1989, tras un paréntesis de 30 años, volvió a Venezuela con motivo del arranque del segundo mandato presidencial de Carlos Andrés Pérez. En marzo de 1990 la escapada fue a Brasil, invitado por el mandatario electo, José Sarney. En Brasil, donde iba a recalar cinco veces más hasta 1998, Castro halló un amigo como no conocía en América Latina desde tiempos del malogrado Allende: Luiz Inácio Lula da Silva, líder del socialista Partido de los Trabajadores (PT), entonces en la oposición parlamentaria. Lula echó un cable a Castro ofreciéndole organizar conjuntamente el primer Encuentro de Partidos y Organizaciones de Izquierda de América Latina y el Caribe. La cita tuvo lugar en São Paulo en julio de 1990 y a la misma asistieron el PT, el PCC, el FSLN nicaragüense, el Partido de la Revolución Democrática (PRD) mexicano y otros 64 partidos y organizaciones de 22 países, incluidos movimientos guerrilleros como el FMLN salvadoreño, la Unión Revolucionaria Nacional de Guatemala (URNG), y los colombianos Ejército de Liberación Nacional (ELN) y Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Varias decenas más de grupos insurrectos (como el mexicano Ejército Zapatista de Liberación Nacional, EZLN) y partidos de izquierda impecablemente democráticos (como el Frente Amplio uruguayo) se sumaron posteriormente al conocido como Foro de Sao Paulo (FSP), que se dotó de sendos estados mayores, civil y militar, con Castro convertido en miembro de ambos y erigido en el referente indiscutible, toda una figura patriarcal a la que los revolucionarios de las nuevas generaciones podían acudir en busca de estímulo y consejo. La Habana hospedó los encuentros cuarto y décimo del FSP, en 1993 y 2001. Acusado por medios conservadores y liberales de todo el hemisferio de albergar en su seno a organizaciones subversivas que practicaban el terrorismo, el secuestro, la extorsión y el narcotráfico como instrumentos de lucha política, el FSP justificó su apoyo a los movimientos guerrilleros latinoamericanos con argumentos de variada índole: las reivindicaciones de los pueblos indígenas, el ecologismo, los compromisos socio-religiosos (ligados a la Teología de la Liberación) o las luchas contra la globalización y el neoliberalismo económicos. Castro y Lula continuaron compartiendo camaradería e intercambiando elogios en público, y años después, ya iniciado el nuevo siglo, los comunistas cubanos no dejaron de ocupar un lugar destacado en el nuevo espacio multilateral lanzado por el político brasileño, el Foro Social Mundial (FSM), o Foro de Porto Alegre, que dio altavoz a ONG progresistas y activistas antiglobalización de todo el mundo. El PCC, una década después de la desaparición del bloque soviético, encontraba todo el arropamiento que quería sin abandonar el área hispanohablante. Además, en 1996 adquirió el estatus de miembro consultivo de la Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América Latina y el Caribe (COPPAL). Resultó particularmente interesante, por su carácter novedoso, la incorporación de Cuba al concierto de países del Caribe, área geográfica propia, pese a predominar allí la anglofonía, en la que Castro había perdido amistades y sumado detractores por culpa de la crisis de Granada. El 29 de julio de 1998 el comandante inició una gira regional de seis días que incluyó paradas en Jamaica, Barbados y -con controversia local- la misma Granada. El 21 de agosto acudió como invitado en Santo Domingo a una cumbre del CARIFORO o Foro del Caribe de los Estados ACP (Asia, Caribe y Pacífico), esto es, los signatarios de las convenciones de cooperación con la Unión Europea. El mandatario cubano declaró allí que la globalización era "inevitable" y propugnó el desarrollo en común de los recursos turísticos caribeños para evitar la marginación de las tendencias mundiales. Castro aprovechó la ocasión para sostener una histórica reunión con el presidente dominicano, Leonel Fernández, que selló el restablecimiento de relaciones diplomáticas anunciado el 11 de diciembre de 1997. El 30 de septiembre de 1998 Cuba recibió el estatuto de observadora en el grupo de los ACP y el 6 de noviembre fue admitida como miembro de pleno derecho en la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), donde era observadora desde 1986. Además, el presidente no se perdió la cumbre fundacional de la Asociación de Estados del Caribe (AEC), el 24 de julio de 1994 en Cartagena de Indias. Cinco años después, el 17 de abril de 1999, estuvo también en la II Cumbre de la AEC, en Santo Domingo. Las puertas de la OEA, por el contrario, permanecieron cerradas a cal y canto tras 36 años de exclusión, ya que así lo quería Estados Unidos. Colombia, con la que en noviembre de 1993 Cuba intercambio embajadores, completando la normalización de las relaciones diplomáticas emprendida en julio de 1991 tras una década de ruptura, fue visitada por Castro con motivo de tres cumbres multilaterales, la cuarta Iberoamericana en junio de 1994, la fundacional de la AEC un mes más tarde y la undécima del MNA en octubre de 1995. Al finalizar la década, el dirigente cubano estableció un fluido diálogo con el presidente Andrés Pastrana, quien intentó sin éxito negociar la paz con las FARC. A Bolivia Castro realizó una visita pionera en agosto de 1993, para asistir a la toma presidencial de Gonzalo Sánchez de Lozada. Por lo que se refiere a México, el sexenio de Gobierno (1994-2000) del último presidente del PRI, Ernesto Zedillo, supuso una importante revisión de la tradicional política de "entendimiento" con Cuba, sin menoscabo de la postura oficial contraria a las sanciones de Estados Unidos. Zedillo, un hombre de formación económica y convicciones liberales, reaccionó con desagrado frente a determinados comentarios irónicos de Castro sobre el acercamiento de México al Norte rico, en virtud de su pertenencia al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, junto con Estados Unidos y Canadá), movimiento realizado a costa, supuestamente, de aflojar los lazos tradicionales con los países menos desarrollados al sur de sus fronteras y culturalmente hermanos. Más aún, el mexicano instó a su homólogo cubano a democratizar su régimen, al que implícitamente clasificó entre las dictaduras, reconvención política en toda regla que dejó atónitos a los dirigentes de La Habana. A diferencia de sus cuatro predecesores en el cargo y conmilitones desde 1975, Zedillo no viajó a Cuba fuera de un evento multilateral como fue la Cumbre Iberoamericana de 1999, donde no se privó de exhortar críticamente a los anfitriones. El 1 de diciembre de 2000, en su sexto viaje al país azteca como gobernante, Castro presenció en el DF la toma de posesión del sucesor de Zedillo, el conservador Vicente Fox, quien a pesar de debutar con la intención declarada de recobrar el buen tono en los vínculos bilaterales iba a protagonizar, por el contrario, varios episodios de enfrentamiento que colocaron las relaciones al borde de la ruptura. En abril de 2001 México todavía se abstuvo, como venía siendo habitual con los gobiernos del PRI, en la votación anual de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, aunque entonces el Ministerio de Relaciones Exteriores se apresuró a aclarar que se trataba de una abstención crítica y que su postura sobre la situación de los disidentes cubanos había cambiado "radicalmente". El 4 febrero de 2002 Fox efectuó una visita a La Habana con ánimo conciliador, se reunió con un grupo de disidentes y explicó a Castro que su país, igual que condenaba el bloqueo de Estados Unidos, esperaba de Cuba mejoras sustanciales en sus estándares de Derechos Humanos y democracia. El deshielo resultó efímero. El 21 de marzo de 2002 se gestó la crisis con el abrupto abandono por Castro de la Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo, celebrada en Monterrey, en mitad del turno de intervenciones de los mandatarios asistentes debido, según él, "a una situación especial" creada por su presencia allí. Ya en La Habana, el comandante aseguró que Bush había condicionado su participación en la conferencia de la ONU a su no coincidencia con él allí, lo que fue tajantemente desmentido por Fox pero confirmado por la oposición mexicana de centro-izquierda. Luego, el 19 de abril, México, por vez primera, votó en contra de Cuba en la Comisión de Ginebra, facilitando la aprobación de una resolución en la que se instaba al Gobierno de La Habana a que hiciera progresos en el campo de los Derechos Humanos. Tres días después de la votación, Castro en persona divulgó en una rueda de prensa el extracto de una conversación telefónica sostenida con Fox el 19 de marzo en la que el presidente mexicano, creyendo tener garantías de confidencialidad, conminaba tímidamente a su par cubano a que limitara su participación -notificada a los anfitriones a última hora- en la cumbre de Monterrey a la sesión inaugural, la pronunciación del discurso, que además debería estar libre de críticas a Bush, y el almuerzo de presidentes. La insólita maniobra de Castro, dando a conocer una conversación privada que alcanzó notoriedad popular como el incidente del "comes y te vas", contribuyó a agravar la crisis bilateral y dio cancha a una nueva y acerba andanada de mutuas recriminaciones. El siguiente pico de tensión en las relaciones con México se produjo a principios de mayo de 2004, cuando el país norteamericano retiró a su embajadora en La Habana y demandó al representante cubano que hiciera también las maletas. Fue después de condenar Castro en su discurso del Primero de Mayo ("la frontera de Estados Unidos con México ya no está en el río Bravo"; "duele profundamente que tanto prestigio e influencia ganados por México (…) hayan sido convertidos en cenizas") la tercera votación consecutiva de México contra Cuba en Ginebra y de las subsiguientes detención en la isla y deportación a México del empresario Carlos Ahumada Kurtz, acusado de fraude en su país. El canciller mexicano, Luis Ernesto Derbez, advirtió que las relaciones bilaterales vivían "la antesala de la ruptura total" por la prolongación de la "injerencia" y los "juicios" de Cuba en las políticas interior y exterior de México, pero el 27 de mayo dio por zanjada la crisis diplomática tras reunirse con su homólogo cubano, Felipe Pérez Roque, en Guadalajara, en la víspera de la III Cumbre America Latina-UE-Caribe, en la que Roque ocupó el sillón del ausente Castro. El regreso de los embajadores y la normalización de las relaciones fueron confirmados por los ministros en una nueva reunión sostenida el 18 de julio en La Habana. Con Argentina, en mayo de 2001 sucedió lo mismo que con México tres años después: entonces, el Gobierno del presidente Fernando de la Rúa retiró a su embajador en La Habana tras dedicar Castro a su colega argentino las expresiones "lamebotas yanquis" y "monigote de los Estados Unidos" a raíz de adoptar el país austral una postura censuradora en la votación de la Comisión de Ginebra. En mayo de 2003 Castro asistió en Buenos Aires a la asunción presidencial del peronista Néstor Kirchner, con el que acordó recuperar el nivel de las relaciones bilaterales. Otros dos desencuentros sonados desembocaron en la ruptura de las relaciones diplomáticas. Primero, en abril de 2002, tomó ese paso el presidente de Uruguay, Jorge Batlle, enfurecido por la retahíla de insultos ("genuflexo", "lacayo", "servil", "mentiroso de los grandes", "Judas abyecto") que Castro le dirigió por el patrocinio uruguayo de la resolución de la Comisión de Ginebra. Luego, en agosto de 2004, se produjo la ruptura con Panamá, esta vez decidida por La Habana, en respuesta al indulto otorgado por "razones humanitarias" por la presidenta Moscoso a Posada Carriles y sus compañeros encarcelados, los cuales, según ella, corrían el riesgo de ser ejecutados si la administración entrante los entregaba a Cuba o Venezuela. El sucesor de Moscoso, Martín Torrijos, hijo de Omar Torrijos, restableció las relaciones cubano-panameñas en agosto de 2005. Meses antes, en marzo de 2005, hizo lo propio, como el primer acto de su Gobierno, el nuevo mandatario uruguayo, el socialista Tabaré Vázquez. En el ámbito multilateral global, la presencia de Castro tampoco pasó inadvertida en un buen número de eventos, eso cuando no se proyectó como la vedette de los mismos, sin importar el número y el relieve de los mandatarios congregados. Participó, entre otras, en las cumbres de la Tierra en Río de Janeiro (junio de 1992), de Desarrollo Social en Copenhague (marzo de 1995), sobre Alimentación en Roma (noviembre de 1996) y la conmemorativa del quincuagésimo aniversario de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en Ginebra (mayo de 1998), así como la Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en el mismo escenario días después. No faltó a las cumbres especiales de la ONU con motivo de los 50º y 55º períodos de sesiones de la Asamblea General, en octubre de 1995 y septiembre de 2000 respectivamente, que congregaron a un número excepcional de mandatarios. Su penúltimo discurso en la sede de la ONU en Nueva York había sido el 12 de octubre de 1979. Aunque no superó lo anecdótico, en la citada Cumbre del Milenio de septiembre de 2000 Castro protagonizó un hecho sin precedentes al tener un fugaz encuentro con el presidente Clinton. Topados casi por azar en el batiburrillo de personalidades que abarrotaban la sala en un entreacto, Castro y Clinton se estrecharon la mano e intercambiaron unas palabras de circunstancias: todo se desarrolló en unos pocos segundos. Meses antes, el 12 y el 13 de abril, La Habana acogió una cumbre del Grupo de los 77 países en Desarrollo (G-77, en realidad 133 estados en aquella fecha). El jefe del Estado cubano aprovechó todos estos aforos para denunciar las prácticas excluyentes y depredadoras de los países capitalistas del primer mundo, aunque fuera de las salas de conferencias menudearon las voces que le demandaban que empezara por respetar los Derechos Humanos básicos en su propio país. 15. Ayuda providencial de Venezuela y alianza estratégica con Chávez La llegada en febrero de 1999 a la Presidencia de Venezuela del ex militar golpista y nacionalista bolivariano Hugo Chávez, un hombre 28 años más joven, marcó una nueva era en las relaciones bilaterales de los dos países caribeños y para Castro supuso la obtención de su primer aliado continental sin fisuras en muchos años. La cooperación cubano-venezolana, marcada fuertemente por la ideología política, dio rápidamente lugar a una asistencia por Chávez en el terreno económico que, por dimensiones y por principios motores -la solidaridad revolucionaria e internacionalista-, traía a mientes los años de la generosidad soviética; ahora, empezó a hablarse de la Venezuela Bolivariana como el salvavidas de la Revolución Cubana. Castro y Chávez se conocieron en persona el 13 de diciembre de 1994, meses después de salir de prisión, gracias a un indulto del presidente Rafael Caldera , el antiguo teniente coronel de paracaidistas, quien preparaba su carrera en la política civil. Paradójicamente, Castro había condenando en febrero de 1992 el intento por Chávez de derrocar en un golpe de Estado a Carlos Andrés Pérez, al que seguía considerando un estadista amigo, pero ello no había afectado la admiración sin límites que el venezolano sentía por él. El encuentro preliminar de quienes terminarían estableciendo una relación casi paterno-filial se produjo en La Habana, donde el futuro presidente fue recibido por su mentor con todos los honores y elogiado como un discípulo aventajado de Simón Bolívar y José Martí. Fue el comienzo de una relación personal extremadamente cálida y de una alianza política que con los años iba a alcanzar un calado estratégico de enorme magnitud, sobre todo para Cuba. El 18 de enero de 1999 Castro volvió a encontrarse en casa con Chávez, siendo éste ya presidente electo, en el formato de una reunión tripartita que integró también al colombiano Pastrana, y el 2 de febrero siguiente asistió en Caracas a su toma de posesión. El huésped felicitó efusivamente a su anfitrión, cuya elección saludó como un triunfo para toda América Latina. El intercambio de cumplidos iba a prolongarse en los próximos meses y años, con Chávez retratando a Castro como un "campeón de las libertades" en el continente, y el líder cubano llamando al venezolano el "mayor demócrata de América". Chávez regresó a La Habana el 15 de noviembre de 1999, con motivo de la IX Cumbre Iberoamericana, y por cuarta vez el 12 de abril de 2000, para participar en la primera cumbre de estadistas del Grupo de los 77 (G-77). A finales de octubre de 2000 Castro realizó su primera visita de Estado al país sudamericano desde 1959. En esta ocasión, los mandatarios firmaron un Acuerdo de Cooperación Integral por el que Venezuela abastecería a Cuba con 53.000 barriles de crudo al día –la tercera parte del petróleo consumido por la isla para producir electricidad y refinar carburantes- a precios ventajosos y con facilidades financieras a cambio de servicios profesionales y técnicos cubanos en las áreas educativa, sanitaria y deportiva. La luna de miel cubano-venezolana fue a más. Del 11 al 13 de agosto de 2001 Castro fue agasajado por su discípulo en Ciudad Bolívar y Santa Elena de Uairén con motivo de su 75 cumpleaños –entre otros honores le concedió la Orden Congreso de Angostura-, y de paso amplió el convenio petrolero suscrito el año anterior a las áreas agrícola y turística, de las que Cuba enviaría a Venezuela nuevos instructores y formadores. El fallido golpe de Estado antichavista de abril de 2002 cortó el 100% del suministro petrolero, interrupción que obligó al Gobierno a usar sus reservas y comprar crudo en el mercado internacional a precios más elevados, y que se prolongó unos meses más al exigir la compañía estatal PDVSA el pago por La Habana de los adeudos acumulados. Una decisión estrictamente política de las autoridades venezolanas liberó a Cuba de este angustioso embargo a finales de julio de 2002.